4.El Claro Oculto

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Luna se despertó con una inquietud que no podía explicar. El internado le parecía cada vez más extraño y lleno de misterios, como si guardara secretos en cada rincón esperando a ser descubiertos. Había pasado ya algunos días recorriendo el campus, explorando jardines y senderos cercanos, pero algo en su interior la empujaba a adentrarse aún más. Decidió, entonces, seguir su intuición y aventurarse en los bosques detrás del internado antes de que comenzaran las clases al día siguiente.

Caminó durante casi una hora bajo la sombra de los árboles altos y oscuros, siguiendo senderos apenas visibles y alejándose cada vez más del edificio principal. El crujir de las hojas bajo sus pies y el aire fresco la hacían sentir a gusto, como si esa tranquilidad la envolviera y la apartara por un momento de sus dudas. Justo cuando empezaba a considerar regresar, un rayo de sol se filtró entre las ramas y llamó su atención. Frente a ella, entre la densa vegetación, se abría un pequeño claro iluminado y escondido.

Al cruzar el claro, Luna se dio cuenta de que allí, en medio del bosque, había una cabaña pequeña, construida con madera oscura y cubierta de enredaderas y musgo. La cabaña parecía antigua, pero estaba en muy buen estado, como si alguien la cuidara. Las flores silvestres crecían alrededor de la puerta, añadiendo un aire encantador a ese pequeño rincón oculto.

Luna se acercó, empujó la puerta con cuidado, y entró. El interior era acogedor, como si el tiempo se hubiera detenido allí. Los muebles de madera desgastados pero firmes, una chimenea en una esquina y varios estantes llenos de libros viejos daban al lugar una sensación cálida y nostálgica. Al observar más detenidamente, su atención fue capturada por una pequeña mesa de madera cerca de una ventana, donde se encontraban varias fotos y papeles dispersos.

Se aproximó a la mesa y, al ver las fotos, sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Había varias imágenes en blanco y negro, pero entre ellas, distinguió algunas fotos a color que le resultaban sorprendentemente familiares. En una de las fotos, aparecía una niña de cabello oscuro y grandes ojos: era ella misma, cuando era pequeña, con unos cinco o seis años. La foto la mostraba riendo en un jardín, y su corazón dio un vuelco al verla.

Pero lo que realmente la dejó sin palabras fue descubrir que, en varias de esas fotos, había un niño pequeño junto a ella. Él también tenía el cabello oscuro, y en todas las imágenes, ambos aparecían sonrientes, como si fueran amigos cercanos. Luna sintió un nudo en la garganta mientras intentaba recordar a ese niño, pero no había nada en su memoria que pudiera relacionar con esas imágenes.

Aún más intrigada, Luna examinó otra fotografía en la que estaban ambos sentados en el suelo, con el rostro sonriente y despreocupado de los niños. En la esquina de esa foto, había un nombre escrito en una caligrafía temblorosa: "Luna". Y, al voltear la foto, vio un segundo nombre escrito: "Adrián".

Luna contuvo el aliento. ¿Era posible que ese niño fuera Adrián Blackwood, el mismo Adrián con quien había compartido una conexión inesperada en el internado? Su mente estaba llena de preguntas: ¿por qué no recordaba nada de esto? ¿Y cómo era posible que esas fotos estuvieran en una cabaña perdida en el bosque del internado?

En ese instante, un ruido detrás de ella la sacó de sus pensamientos. Se giró rápidamente y vio a Adrián parado en la puerta de la cabaña. Su expresión era una mezcla de sorpresa y confusión, como si no esperara encontrar a alguien allí, mucho menos a Luna.

—Luna... ¿cómo encontraste esto? —preguntó, su voz llena de incredulidad.

Ella lo miró en silencio, sosteniendo las fotos con manos temblorosas. No sabía cómo explicar lo que estaba sintiendo ni la confusión que le generaba el ver esas imágenes.

—Adrián, en estas fotos... ¿somos nosotros? —murmuró, mostrándole las imágenes.

Adrián entró lentamente, observando las fotografías con los ojos entrecerrados. Sus manos temblaban mientras las tomaba, y sus ojos reflejaban una mezcla de reconocimiento y desconcierto.

—Recuerdo fragmentos... pero muy vagos —admitió, sin apartar la vista de las fotos—. Es extraño, pero es como si estos momentos estuvieran enterrados en mi memoria. Como si los conociera, pero no pudiera recordarlos del todo.

Luna sintió que su corazón latía con fuerza mientras ambos observaban las fotos en silencio. No sabían exactamente cómo o por qué, pero las imágenes parecían ser una evidencia de algo profundo, una conexión olvidada que existía entre ellos desde hacía muchos años.

Después de unos minutos, Luna rompió el silencio.

—¿Quién crees que guardó estas fotos aquí? ¿Por qué están en esta cabaña, en este lugar? —preguntó, intentando encontrar alguna lógica en lo inexplicable de la situación.

Adrián miró a su alrededor, como si la cabaña misma pudiera responder a sus preguntas.

—No lo sé... Pero siento que esto es solo el comienzo. Algo nos trajo aquí, y quizás el internado guarda más secretos de lo que imaginamos.

Ambos se miraron, compartiendo la misma mezcla de incertidumbre y esperanza. Sabían que ese claro y esa cabaña contenían respuestas que debían descubrir, y que, tal vez, esos recuerdos perdidos no solo explicarían su conexión, sino también el propósito de su encuentro en Saint Edmund's Academy.

La Sombra de los Hermanos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora