8. La Decisión de Buscar la Verdad

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A la mañana siguiente, Luna se despertó con un peso en el pecho y un sinfín de pensamientos en su cabeza. Recordar las fotos del álbum le había dejado una mezcla de emociones que le impedía pensar con claridad. ¿Sería Adrián realmente su hermano? Y si era así, ¿por qué nadie les había contado? La urgencia de obtener respuestas no le daba descanso.

Mientras se vestía, Claire Beaumont, su compañera de habitación, apareció en la puerta con una sonrisa despreocupada.

—¿Dormiste bien? —preguntó Claire, observando a Luna mientras se acomodaba en la cama para charlar un rato.

Luna dudó unos segundos, pero luego asintió, intentando sonar casual.

—Más o menos. Hay algo que me tiene un poco distraída.

Claire levantó una ceja, curiosa.

—¿Es algo de... Adrián? He visto cómo se miran a veces. —Claire sonrió, divertida, mientras jugaba con un mechón de su cabello.

Luna sintió que su rostro enrojecía, pero se apresuró a aclarar la situación.

—En realidad, sí. Pero no es lo que estás pensando. Es algo... distinto. Quería preguntarte si sabes si hay alguna clínica donde hagan pruebas de ADN cerca de aquí. —La última frase escapó de sus labios casi en un susurro.

La sonrisa de Claire se desvaneció, y su expresión pasó de divertida a sorprendida en un instante.

—¿ADN? —repitió, bajando la voz—. Bueno, en el pueblo hay un par de clínicas que ofrecen varios servicios médicos, aunque no sé si específicamente hagan pruebas de ADN. ¿Para qué necesitas algo así?

Luna vaciló, intentando encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, se limitó a decir:

—Es algo personal, relacionado con mi familia. Tengo la sensación de que hay algo importante que no me han contado. Quiero averiguar si Adrián y yo... bueno, si podríamos estar relacionados.

Claire se quedó en silencio por un momento, asimilando la información. Finalmente, asintió con comprensión.

—Entiendo. A veces, el pasado nos trae sorpresas que nunca imaginamos. Pero... sé cuidadosa, Luna. Investigar ese tipo de cosas puede ser doloroso. —Claire le dio una palmadita en el hombro, en un intento por animarla—. De todos modos, si necesitas ayuda para llegar al pueblo, cuenta conmigo.

Luna le sonrió en agradecimiento. La conversación con Claire le había dado la determinación que necesitaba para enfrentarse a sus dudas. Sabía que la única manera de obtener respuestas era hablar con Adrián. Necesitaba contarle sobre el álbum de fotos y el diario que había encontrado en la cabaña, aunque temía cómo podría reaccionar.

Cuando se dirigió al comedor para el desayuno, su mente seguía ocupada en lo que le diría a Adrián. Al entrar, lo vio sentado en una mesa, junto a Marcus, quien la observó con una mirada ladeada, la misma sonrisa confiada de siempre. Pero Luna decidió ignorarlo. Después de lo que había visto el día anterior y sus constantes intentos de provocarla, ya no tenía interés en darle más atención.

Con paso firme, se acercó directamente a Adrián, quien la miró con curiosidad al verla aproximarse.

—Adrián, ¿podríamos hablar en privado? —preguntó, tratando de sonar calmada.

Marcus alzó una ceja, divertido, mientras observaba la escena, pero Luna no le prestó la más mínima atención. Adrián asintió, extrañado, y se levantó, dejándolo con una expresión de leve desconcierto.

—Claro, vamos —respondió, poniéndose de pie y siguiéndola hacia la salida.

Los dos caminaron en silencio mientras se dirigían al claro en el bosque. El ambiente estaba impregnado de un aire de misterio que ambos percibían, y Luna sentía cómo sus propios pasos la llevaban hacia algo inevitable. Cuando llegaron a la cabaña, la misma que se había convertido en su refugio secreto, se detuvo y respiró hondo antes de hablar.

—Hay algo que necesito mostrarte —dijo, sacando de su mochila el álbum de fotos que había encontrado la noche anterior.

Adrián la miró con el ceño fruncido, sin entender. Luna abrió el álbum y le mostró las fotos en las que aparecían juntos cuando eran pequeños. Adrián observó las imágenes en silencio, y su rostro cambió de expresión al ver la primera fotografía, en la que ambos niños jugaban con una mujer joven que les sonreía con afecto.

—Esto... —murmuró él, con la voz cargada de sorpresa—. Yo no recuerdo nada de esto.

—Ni yo —admitió Luna, sintiendo cómo la tensión en su pecho se volvía más densa—. Pero las fotos están aquí. Tú y yo... hemos compartido algo en el pasado, aunque no tengo idea de por qué ninguno de los dos lo recordamos.

Adrián siguió pasando las páginas en silencio, observando cada foto como si intentara recuperar algún fragmento perdido de su memoria. Finalmente, cerró el álbum y levantó la mirada hacia Luna, con una expresión entre confundida y triste.

—¿Qué estás pensando? —preguntó, con voz baja, como si temiera lo que ella pudiera decirle.

Luna dudó, pero sabía que debía ser honesta. Había llegado demasiado lejos como para retroceder.

—Creo... creo que podríamos ser hermanos. No tengo pruebas todavía, pero tengo esta intuición. Y luego están las fotos, y el hecho de que ambos estamos aquí en este internado, sin recordar nuestra infancia juntos.

El silencio que siguió fue denso y cargado de emociones. Adrián la miraba, como si intentara comprender lo que acababa de oír. Finalmente, cerró los ojos, suspirando profundamente.

—No sé qué decir... Pero, de alguna forma, siento que tienes razón. Siempre sentí que había algo extraño, algo que no cuadraba en mi vida.

Luna asintió, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad.

—Voy a investigar más, y... si encontramos una clínica en el pueblo, podríamos hacer una prueba de ADN. No puedo seguir viviendo sin saber la verdad.

La Sombra de los Hermanos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora