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La reina esperó en la habitación, mirando alrededor para distraerse, observando a su alrededor con más calma que la primera vez. No había cambiado demasiado, seguía teniendo una mínima cantidad de muebles para ser alguien de su estatus, tanto como princesa como el Grand Marshall. Al mirar la cama, pudo notar que las sábanas estaban desalineadas, demostrando que la dueña de esa habitación había estado desde hace mucho tiempo ahí. La chimenea ya tenía madera y estaba ardiendo con intensidad, llenando el lugar de calidez y proporcionando la luz necesaria para poder mirar.

No tuvo demasiado tiempo para contemplar sus pensamientos, porque tal y como había prometido su Dragón, no mucho después salió del baño completamente vestida. Sus pantalones oscuros eran ligeramente holgados en contraste con su atuendo de siempre.

La camisa blanca que llevaba estaba un poco suelta de las cintas de enfrente dejando ver un poco de su clavícula. La toalla que llevaba en la cabeza dejaba ver un poco de esos hermosos ojos turquesas y al descubierto esa sonrisita que parecía no desaparecer desde que había entrado a la habitación.

Elsa simplemente se sentó a los pies de la cama, juntando sus manos para no demostrar lo extrañamente nerviosa que se sentía. Anna, en su lugar, se dirigió a la mesa que estaba pegada a la pared junto a la puerta, percatándose por primera vez de la botella de vino abierta que se encontraba ahí y dos copas para su uso.

Uno de ellos, extrañamente, estaba todavía boca abajo mientras que el otro tenía rastros de haber sido usado. Anna sirvió un poco de vino en la copa usada para después servir otro poco en la copa limpia que quedaba. Al terminar, los agarró y le ofreció uno a la reina, siendo recibido sin decir una sola palabra. Después, tomó la silla que estaba frente al tocador y lo posicionó enfrente de donde estaba Elsa sentada.

- Y dígame, Su Majestad, ¿a qué se debe su agradable visita aquí en mi habitación? – Preguntó Anna de forma juguetona.

Elsa sabía a qué había venido, sabía que la situación en la que se encontraban era de preocuparse; que la actitud de Anna había sido completamente entendible y que su ausencia comenzaba a ser una tortura para la monarca; el no estar cerca de su querida hermana ya no era algo que pudiera soportar ahora que por fin la tenía a su lado.

Y, a pesar de esas preocupaciones, de que esos asuntos debieran de ser de absoluta prioridad, había algo más en la mente de Elsa que le inquietaba. Un constante malestar en el fondo de su mente que no la dejaba en paz; sentía como si fuera un insecto encerrado en una caja intentando salir de cualquier forma.

Sabía que no debía hacerlo, sabía que no era su lugar para preguntar ese tipo de información y, aun así, fuera de su forma de ser, preguntó lo único que tenía en la mente desde que se dirigió a este lugar.

- ¿Qué estaba haciendo Ingrid aquí? – Soltó, sin siquiera poder detener las palabras de salir de su boca.

Anna no dijo nada, el único movimiento que hizo fue el de su ceja al levantarse como si con ese simple movimiento estuviera respondiendo la pregunta de la reina. Pasaron otros segundos, en los que solo se escuchaba el chisporroteo de la madera y del viento soplando afuera de las ventanas cerradas.

- Estaba limpiando la habitación, y encendiendo la chimenea. – fue la rápida respuesta que le dio, sin despegar su mirada de la de Elsa.

Esperaba esa respuesta, después de todo, ¿qué tendría que hacer una sirvienta en la habitación a estas horas de la noche? Pero, aun cuando su razón le decía que esa era el único motivo, su corazón gritaba lo contrario. No comprendía exactamente qué era lo que gritaba, que era eso que clamaba casi con desesperación, pero sabía que esa no era la respuesta.

- Entonces, ¿por qué estaban sus ropas desalineadas? – ya no podía detener las palabras que salían de su boca, era como si estas estuvieran cobrando vida propia y clamaran ser escuchadas por la persona frente a ella.

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2024 ⏰

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