Cómo perder a un hombre en diez días... Shinsoukoku BSD FINALIZADO

Día 11...

Akutagawa buscó por el resto de la tarde y parte de la noche a Atsushi. Pero, sin importar a qué sitio fuera, el chico no estaba. Preso de la desesperación, pensó en ir a la Agencia a preguntar por él, pero ya no habría nadie. Solo le quedaba ir con Dazai, pero su antiguo mentor no respondía sus mensajes.

Mientras buscaba al albino, no dejaba de pensar en cómo le había confesado sobre la estúpida apuesta, sin pensar que quizás eso le molestaría. Después de todo, era como «robarle» el mentor a Atsushi. Seguro que se había sentido así, o peor. Pero ya de nada servía lamentarse; necesitaba encontrarlo y disculparse o decirle algo que lo regresara a él.

Porque, al volver a la ciudad y no tenerlo a su lado, se sentía perdido.

Toda la noche pasó sin poder dormir, dándole vueltas al asunto. En su pecho había un frío muy particular, uno que jamás sintió, pero que solo podía tener una razón. Así que, cuando dieron los primeros rayos del sol, fue a tratar de componer todo lo que había hecho.

Tras varios intentos, por fin logró comunicarse con Dazai. Quedaron de verse en una cafetería, a la cual Akutagawa llegó una hora antes. Estaba desesperado y solo atinaba a tomar café, mientras ya no sabía qué hacer.

—Buenos días, nuevo pupilo... ¿o debería decir «antiguo pupilo»?

—Dazai-san, tenemos que hablar. Es sobre la misión.

—¿De eso te urgía hablar? Pues, la fallaron, pero, descuida, voy a mantener mi promesa contigo.

—¿A qué te refieres? —Akutagawa no entendía nada.

Dazai se acomodó en su silla y, sonriente, respondió:

—A que salvaste a Atsushi, y solo por eso voy a cumplir mi palabra y volveré a ser tu mentor.

—¡¿QUÉ?!

En tanto, Atsushi se había ido a quedar a dormir a la Agencia. Sabía que Akutagawa no lo buscaría ahí, por lo que se ocultó en ese sitio. Se sentía roto por dentro. Pensaba que quizás había exagerado, porque al final Akutagawa siempre había peleado con él por Dazai, pero ahora todo era diferente... Le dolía porque ahora tenía un sentimiento de amor por él, y no podía creer que toda la misión y el haber estado a punto de morir tuvieran una motivación tan estúpida.

Cuando llegó la mañana, su rostro estaba tan hinchado de llorar que se fue a organizar el archivo, algo que todos detestaban hacer. Encerrado ahí, le dio la tarde y, esperando a que todos se fueran para que no le hicieran preguntas, salió sigiloso y comenzó a vagar por la ciudad, sin más motivo que no dejar morir a su herido corazón.

Ese paseo lo llevó, por inercia, hacia un sitio que amaba: el muelle cerca de la noria de Yokohama. Cuando la miró, mientras encendía sus luces multicolores, señal de que el atardecer había caído, pensó en retomar su camino, cuando escuchó un grito a lo lejos.

—¡Atsushi!

Era Akutagawa, quien corría hacia él. Su gabardina se ondulaba al viento mientras su rostro mostraba desesperación. Cuando hubo llegado frente a Atsushi, este se limitó a mirarlo con desdén.

—¡Estuve buscándote por todas partes, todo el día! Y por fin te encontré... —apenas podía recuperar el aliento tras haber corrido durante horas por toda la ciudad—. Quiero hablar contigo, por favor...

—No tenemos nada que hablar, Akutagawa —su tono hostil y usar su apellido, y no su nombre, cuando ya había roto esa barrera, mostraban que ahora todo estaba mal entre los dos.

—¡Tienes que escucharme, por favor!

—No, no tengo. Me queda claro otra vez que no puedes preocuparte por nadie más que tú. Pero el problema en todo esto soy yo, porque, a sabiendas de eso, me dejé llevar creyendo que quizás ya habías cambiado... Fui tan ingenuo —la decepción de Atsushi era evidente y, mientras se acomodaba el cabello del flequillo, intentó retomar su camino cuando Akutagawa le expresó: