Día 8...

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—La misión es lo que menos debería importarte ahora. Debemos regresar —dijo Akutagawa, mientras la preocupación de su rival por la muerte de Mikhail y la pérdida de la caja aún se reflejaba en su rostro.

—Pero... para ti era muy importante la misión, y...

—Olvídalo —Akutagawa cortó con firmeza, jalando al chico de la muñeca derecha para emprender el regreso a la cabaña. El contacto no se rompió en todo el camino, como tampoco el silencio entre ambos. Ninguno sabía qué decir, ambos conscientes de la proximidad que los mantenía unidos.

Cuando llegaron a la cabaña, soltaron sus manos al mismo tiempo al notar la cantidad de balas incrustadas en las paredes, por donde se colaba el aire helado.

—Tendremos que reparar todo eso, pero por ahora no hay manera —Atsushi miraba los daños. La electricidad había fallado y lo único que quedaba era la chimenea, que aún seguía encendida—. Creo que tendremos que dormir frente a la chimenea.

Akutagawa asintió con la cabeza y subió por unas cobijas, mientras Atsushi preparaba el sillón frente al fuego. El frío se colaba por cada rincón, y esa parecía la única manera de pasar la noche sin congelarse. Sin embargo, el silencio de Akutagawa seguía pesando sobre Atsushi, quien no lograba entender al chico.

Cuando todo estuvo listo, ambos se sentaron en el sillón frente a la chimenea. Aun así, el frío era intenso. Akutagawa, sentado a la izquierda de Atsushi, comenzó a temblar. Al notarlo, el detective dudó por un momento. Su primera idea fue abrazarlo para calentarlo, pero el solo imaginarlo lo hizo sonrojarse. «Si lo hago, seguro me matará», pensó, aunque al sentir el frío que emanaba del cuerpo del joven, se armó de valor.

Sin meditarlo más, se giró y lo abrazó.

—¿Qué...? —comenzó Akutagawa, pero se quedó en silencio al sentir el cálido contacto de Atsushi. El chico tigre cubría su pecho con el suyo, posando una mano en su hombro izquierdo y recostando la cabeza a la altura de su corazón. La posición impedía que pudiera ver su rostro, y era mejor así, porque Atsushi estaba rojo como un tomate.

«¿Habré hecho lo correcto? Según el manual de supervivencia de la Agencia, sí... pero entonces, ¿por qué siento que Akutagawa me va a matar en cualquier momento?», pensaba Atsushi, mientras su corazón latía a toda prisa. Sin embargo, cuando Akutagawa no se movió ni lo atacó, se relajó y se recargó un poco más en el pecho del chico.

Akutagawa, por su parte, estaba inmóvil, con la mirada fija en las llamas danzantes de la chimenea. No sabía qué decir o hacer. La calidez del abrazo le confortaba el cuerpo... y, de alguna manera, también el alma. Al tenerlo tan cerca, podía sentir los rápidos latidos del corazón de Atsushi, aunque no estaba seguro si lo que oía eran los latidos del chico tigre o los suyos propios, que también parecían descontrolados.

—Gracias... por protegerme hace un rato —Atsushi rompió el silencio tras varios minutos. Había estado buscando las palabras adecuadas para expresar su gratitud.

—No iba a dejar que ese loco te atacara —Akutagawa se movió ligeramente al hablar, lo que hizo que el detective levantara el rostro para escucharlo mejor.

—Gracias —repitió Atsushi, esta vez con una dulce sonrisa que hizo que Akutagawa desviara rápidamente la mirada hacia la chimenea, sintiendo cómo su rostro se sonrojaba. Al ver esa reacción, el albino volvió a acomodarse en su pecho, sonrojado también.

El cansancio finalmente venció primero a Atsushi, quien se quedó dormido sobre Akutagawa. Este lo notó de inmediato, pues el cuerpo del chico tigre se relajó por completo. Bajó la mirada y observó su rostro sereno, como el de un ángel. Sin poder evitarlo, una ligera sonrisa apareció en sus labios siempre serios, mientras, por inercia, le apartaba un mechón de su cabello plateado que le cubría el rostro.

Aunque no quería dormir, pues temía que los atacaran de nuevo, la paz que sentía en ese momento con mirar a Atsushi lo llevó a cerrar los ojos. Al final, el sueño lo venció.

Por la mañana, el frío despertó a Atsushi. La chimenea se había apagado al quedarse sin madera. El canto de algunas aves anunciaba el amanecer, mientras los rayos del sol comenzaban a iluminar la habitación. Al abrir los ojos, se encontró con que los dedos de Akutagawa estaban posados muy cerca de su mejilla. La cercanía lo sonrojó al instante, y aunque no quería moverse, pensó: «Ahora sí seguro querrá matarme».

De repente, Akutagawa despertó, tal vez al sentir la mirada de Atsushi sobre él. Al darse cuenta de que lo estaba abrazando, se levantó rápidamente, rompiendo el momento.

—Debemos ir al pueblo por provisiones para reparar la cabaña y avisar lo que pasó anoche Akutagawa trataba de sonar neutral. Atsushi asintió en silencio, todavía un poco aturdido.

Caminaron hacia la carretera, donde esperaron a que algún auto los llevara al pueblo. Por fortuna, no tardó mucho en pasar uno que les dio un aventón.

Una vez en el pueblo, la primera parada fue buscar un teléfono para informar a sus superiores. Les dijeron que el único teléfono público estaba en la farmacia, y Atsushi los guio hasta allí. Al entrar, la anciana que lo había atendido días atrás les dio la bienvenida.

—¡Pero si eres tú, muchacho! Me alegra verte bien.

—Muchas gracias.

Akutagawa supuso que aquel lugar había sido donde Atsushi consiguió el antídoto que le salvó la vida.

—Y ese debe ser el amigo del que me hablaste.

—Esto... —balbuceó Atsushi, nervioso, mordiéndose el labio inferior.

—Gracias por su ayuda —intervino Akutagawa, para sorpresa de Atsushi.

—Este muchacho estaba muy preocupado por ti. Llegó con la tormenta encima, lucía angustiado... pero veo que todo salió bien y te salvó.

Atsushi se sonrojó y evitó mirar a Akutagawa, quien no dijo nada más y solo agregó:

—Él siempre se preocupa de más. Por cierto, ¿podría prestarme su teléfono? Necesito hacer una llamada.

—Claro, tómalo —la mujer señaló una mesa al fondo de la farmacia, donde estaba el aparato. Mientras Akutagawa llamaba, Atsushi permaneció inmóvil, balanceando su cuerpo con nerviosismo.

—Ese amigo tuyo es muy guapo.

—Eso...

—Tienes buen gusto, muchacho.

—¿Eh? No, no, se equivoca —Atsushi se puso rojo como un tomate. Miró hacia el fondo, asegurándose de que Akutagawa no escuchara la conversación.

—¿Entonces no son novios? —preguntó la mujer, con una sonrisa pícara.

—¡No, jamás! Él me mataría primero.

—No lo creo. Se ve muy cómodo contigo.

—Bueno, era un decir —murmuró el detective, cuando vio que Akutagawa regresaba tras terminar la llamada. Se apresuró a alcanzarlo, queriendo evitar más comentarios.

—Listo. Ya le informé a Dazai-san lo que sucedió.

—¿Y qué dijo?

—Que hablará con nosotros cuando regresemos a Yokohama. El tren vendrá en dos días.

—Dos días... —repitió Atsushi en voz baja, sintiendo un extraño vuelco en el corazón al escuchar esas palabras.

Continuará...


Nota de la autora: pues, al estar en el día 8 estamos ya en la recta final de esta historia, aunque obviamente viene lo mejor de lo mejor (guiño, guiño). Ya después les hablaré del fic que llegará para ocupar el lugar de este, el cual también será Shinsoukoku ♥

Cómo perder a un hombre en diez días... Shinsoukoku BSD FINALIZADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora