Ese día fue bastante tranquilo. Sally se fue de casa como a las 8:45 de la tarde. Cenamos juntas porque ninguna de las dos tenía nada pendiente por hacer.
Hoy me desperté con un lametazo de alguien muy familiar: ¡Susu!
—¡Buenos días, pequeña! Ahora me levanto, estoy muy cansada... —le dije a Susu mientras todavía sentía el cuerpo medio pesado.
Pasaron como 10 minutos en los que me quedé mirando el techo sin pensar en nada, pero al final me decidí a levantarme y fui al salón.
—¡Haru! ¿¡Has sido tú!? ¡¿Quién hizo este desastre?! —grité con tono enfadado.
Había cosas tiradas por todo el suelo, la alfombra estaba descolocada y una maceta estaba rota...
Como los animales no entienden cuando les regañas (y además no sabía quién había sido), decidí recoger todo rápido, sin preocuparme por dejarlo perfecto. Luego me preparé dos tostadas con mermelada para desayunar algo. Pero, como siempre, Haru estaba súper curioso y no me dejaba hacerlas tranquila. Cada vez que lo quitaba de en medio, volvía. ¡Qué pesado! Al final, logré hacer las tostadas.
Mientras me las comía, encendí la tele un rato. Después de terminar, recogí todo, apagué la tele y fui a darme una ducha.
Cuando terminé de ducharme, me vestí y salí a la calle a dar una vuelta para despejarme un rato.
Ya no me sentía tan rara como el primer día que desperté en el hospital. Tampoco tenía tantas preguntas incómodas rondándome la cabeza. Pero... todavía necesito saber por qué desperté allí, qué fue lo que pasó y cómo terminé en ese lugar.