Cap3

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Quizás una de las ventajas más notorias de aquellos encuentros era el buen humor que despertaban en Ekko. Tarareaba canciones mientras ajustaba piezas en su taller, sus manos trabajando con la precisión de siempre pero con una ligereza que hacía tiempo no tenía. Hasta se involucraba más en la vida social del refugio, compartiendo historias en la mesa común o ayudando a decorar el árbol con luces verdes que ahora le parecían más brillantes, más vivas.

A pesar de todo, no le gustaba admitir que contaba las horas para volver a verla. Mientras reparaba una herramienta o supervisaba las rondas, su pierna se movía inquieta, marcando el ritmo del tiempo que deseaba apresurar. El pensamiento de esas caderas y ese torso tatuado, lleno de formas y símbolos que le parecían misteriosas pero hipnóticas, le rondaba constantemente. Eran como un mapa en el que se perdía cada noche, un lugar al que deseaba regresar sin importar las consecuencias.

Amaba el olor picante que ella dejaba en su ropa, esa mezcla única de pólvora y algo que solo podía describir como Jinx. Se sorprendía a sí mismo deseando que aquel aroma impregnara también sus sábanas, como un recuerdo permanente de sus encuentros. Una sonrisa se le escapó al imaginarlo, mordiendo su labio de manera inconsciente. Aún tenía la pequeña herida que ella le había hecho en uno de sus juegos, como si quisiera dejar su marca en él de todas las formas posibles.

A lo lejos, Scar lo observaba en silencio. Había notado los cambios en su amigo, esa forma casi soñadora en la que se movía y hablaba, como si estuviera en otro lugar incluso cuando estaban rodeados de trabajo. Cualquier otra ocacion habría sentido alegría de verlo así, tan lleno de vida, casi enamorado. Pero había algo que no encajaba, algo que le generaba una mala espina que no podía ignorar.

Scar no había sospechado demasiado al principio. Ekko siempre había tenido sus momentos de distracción, pero nunca había descuidado sus responsabilidades. Sin embargo, todo cambió la noche de la última semana, cuando se había programado un simulacro de emergencia en caso de ataques a la base. Todos habían participado, cumpliendo con su deber, excepto Ekko. Su ausencia no solo fue notoria, sino también frustrante.

Decidido a confrontarlo por su falta de compromiso, Scar se dirigió directamente a la habitación de su amigo, listo para soltarle un discurso sobre la importancia de liderar con el ejemplo y tomarse en serio los simulacros. Pero al llegar, la puerta estaba cerrada y, al asomarse, se dio cuenta de que la habitación estaba vacía.

Ekko no estaba allí.

La inquietud creció cuando lo buscó en otros lugares habituales de la base: el taller, el comedor, incluso los rincones más escondidos donde a veces iba a pensar en soledad. No había rastro de él en ningún lado.

—¿Alguien lo ha visto? —preguntó Scar a uno de los más jóvenes del refugio, quien negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.

Una sensación incómoda se instaló en su pecho. Esto ya no parecía un simple descuido. Ekko no era de desaparecer sin avisar, y menos en una noche como esa. Algo no cuadraba, y Scar no podía quitarse la sospecha de que su amigo estaba escondiendo algo más grande de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Hey, Ekko... ¿podemos hablar? —preguntó Scar, apoyándose contra el marco de la puerta con los brazos cruzados, su tono algo tenso pero tratando de sonar casual.

El moreno, sentado con una herramienta en la mano y su atención fija en un reloj desarmado, apenas asintió con un sonido distraído.

—Bueno, es que siento que has estado actuando raro últimamente y... desearía que tengas la confianza para decírmelo —empezó Scar, intentando sonar comprensivo.

Ekko solo emitió otro sonido de aprobación, sin levantar la vista ni hacer contacto visual. Su aparente indiferencia hacía hervir la paciencia de su amigo, quien respiró hondo para no explotar de inmediato.

El ritmo Cambiante de JinxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora