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El tiempo seguía escapándose como un río que Jimin no podía detener, acercándolo cada vez más al día que temía tanto.

La boda de Jungkook y Sujin era una cuenta atrás constante que sonaba en su mente cada vez que veía los preparativos avanzar.

Cada tarde estaba marcada en el calendario, y los días se deslizaban con una rapidez cruel. Mientras más se acercaba la fecha, más se apretaba el nudo en su estómago, un recordatorio constante de lo que estaba a punto de perder para siempre.

Los preparativos no daban tregua, y Jimin, en su rol de organizador, sentía cómo el peso de cada decisión lo aplastaba un poco más. Con cada paso que daba para asegurar la perfección de la boda, la tensión entre él, Jungkook y Sujin parecía tensarse como una cuerda a punto de romperse.





Desde hacía semanas, la relación con Sujin había dejado de ser sencilla.

Jimin notaba cómo ella se mostraba cada vez más distante, más fría, casi como si lo estudiara en cada encuentro. Aunque él se esforzaba en mantener una actitud profesional, había algo en los ojos de Sujin que lo inquietaba, como si supiera un secreto que no estaba dispuesta a revelar.

Jimin se preguntaba si ella había comenzado a sospechar lo que él sentía por Jungkook, pero nunca hubo una confrontación abierta, solo silencios cargados de significado y comentarios a medio terminar.

Durante las reuniones para ultimar detalles, Sujin era educada, pero sus respuestas eran cortantes, y Jimin sentía que cada una de sus decisiones era observada con una precisión casi clínica.

Una tarde, mientras revisaban las opciones para la mantelería de la recepción, Jimin intentó iniciar una conversación ligera, buscando romper esa frialdad.

—¿Qué opinas de estos colores? —preguntó, sosteniendo una muestra en tonos suaves que había elegido especialmente para complementar el tema de la boda—. Creo que encajan bien con la atmósfera que querías.

Sujin tomó las muestras y las examinó en silencio, sus dedos acariciando el delicado tejido.

Finalmente, levantó la mirada y su expresión era imposible de leer.

—Me parece bien —dijo, en un tono tan neutral que casi parecía desinteresada—. Haz lo que creas mejor.

El desdén en sus palabras fue como un golpe para Jimin, que sintió un frío inexplicable recorrerle la espalda.

Había esperado, sin saber por qué, que Sujin mostrara un poco más de interés o que al menos cuestionara su elección, pero su actitud distante solo confirmó lo que él temía: había una barrera invisible que crecía día a día entre ellos.

Sin discutir más, anotó la decisión en su cuaderno, fingiendo una calma que estaba muy lejos de sentir. En silencio, el dolor y la duda seguían acumulándose dentro de él, como una tormenta que amenazaba con desbordarse.





Las noches eran aún más difíciles de sobrellevar. Cuando la agitación del día se desvanecía y Jimin volvía a su apartamento, lo único que le quedaba eran las sombras de sus propios pensamientos.

La mesa de su sala estaba llena de catálogos, muestras de decoración, y documentos con la planificación minuciosa del gran evento.

Pero cuando se detenía a descansar, los recuerdos lo asaltaban sin piedad. Se veía a sí mismo en momentos que ya parecían de otro tiempo: risas compartidas con Jungkook, conversaciones interminables en cafés desiertos y la complicidad que habían tenido antes de que Sujin llegara a sus vidas. Jimin cerraba los ojos, reviviendo en silencio cada mirada y cada gesto, reprochándose por nunca haber tenido el valor de decir lo que sentía.

La distancia que se había formado entre él y Jungkook era como una herida abierta que no dejaba de doler.

Jungkook estaba inmerso en los preparativos, atrapado en las expectativas de su familia y en la presión social que venía con la boda, y ya no tenía tiempo para Jimin.

Sus conversaciones se habían vuelto mecánicas, formales, desprovistas de la calidez que una vez los había unido. Jimin sabía que su amistad pendía de un hilo, y eso lo destrozaba por dentro.





A menudo, al finalizar agotadoras jornadas de planificación, se dirigía allí, a la floristería, buscando la compañía tranquila de Yeonwoo, que parecía comprender su dolor sin necesidad de palabras.

Mientras ella preparaba los arreglos florales para la boda, Jimin se encontraba más relajado de lo que había estado en semanas, observándola con atención mientras ella trabajaba con una delicadeza casi hipnótica.

Una noche, cuando la floristería ya había cerrado al público y solo quedaban ellos dos, Yeonwoo lo miró con una expresión de preocupación genuina.

Había dejado de lado el ramo de peonías blancas que estaba arreglando y se acercó a Jimin, que estaba sentado en una silla, sumido en sus pensamientos.

—Puedo verlo en tus ojos, ¿sabes? —le dijo en un susurro suave—. Sé que estás sufriendo, y no tienes que decírmelo. Lo noto en la manera en que miras esas flores, como si estuvieras despidiéndote de algo que nunca fue tuyo.

Jimin se quedó en silencio, sorprendido por la franqueza de sus palabras.

Nadie le había hablado así antes, y aunque quería negarlo, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas que intentó disimular.

—No puedo hacerlo, Yeonwoo. No puedo arruinar su boda... —murmuró, su voz temblando con la fuerza de su lucha interna—. No puedo decirle lo que siento. No ahora.

Yeonwoo suspiró y tomó sus manos entre las suyas, cálidas y reconfortantes. Era un gesto simple, pero que le brindaba una fuerza inesperada.

—Hay veces en que la verdad duele menos que el silencio —dijo ella con una voz dulce y firme—. Pero solo tú sabes cuándo estarás listo para afrontarla.

Las palabras de Yeonwoo quedaron resonando en la mente de Jimin mucho después de que dejó la floristería esa noche.

No podía ser egoísta, no cuando estaba en juego la felicidad de Jungkook, pero la culpa y la tristeza se enredaban en su corazón, dejándolo atrapado en un dilema imposible.

Una boda entre tu y yo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora