Capítulo 5: Fuego en las Sombras

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El estruendo de las olas chocando contra los acantilados de Roca Dragón acompañaba la atmósfera solemne y cargada de significado. Las antorchas iluminaban los pasillos oscuros del ancestral castillo, reflejándose en los grabados de dragones que decoraban sus muros. Esta noche no era como cualquier otra. Era la noche en la que Rhaenyra Targaryen y Daemon Targaryen unirían sus destinos bajo el antiguo rito de sangre y fuego.

Lucenya, ahora convertida en una joven mujer de porte imponente, estaba de pie junto a su hermano mellizo, Jacaerys. Ambos lucían prendas de negro y carmesí, los colores de su casa materna, y sus miradas reflejaban un entendimiento tácito. Habían pasado años desde que su madre había decidido unirlos en matrimonio, un lazo no solo de sangre, sino también de deber hacia la causa de Rhaenyra, quien luchaba por asegurar su derecho al Trono de Hierro.

La sala ceremonial estaba llena de miembros leales de la Casa Targaryen y Velaryon. Dragones rugían en la distancia, como si comprendieran la importancia del momento. A pesar de la solemnidad de la ocasión, Lucenya sentía el peso de su propio destino. Desde niña, sabía que su vida no le pertenecía por completo.

Mientras observaba a su madre y a Daemon caminar hacia el centro de la sala para dar inicio a la ceremonia, sintió la mirada de Jacaerys sobre ella. Cuando lo miró, encontró algo más que la acostumbrada camaradería fraterna en sus ojos: una chispa de empatía, incluso de admiración. Esa mirada le recordó que, a pesar de las circunstancias, compartían un lazo que iba más allá de los deberes impuestos.

La ceremonia dio inicio con Daemon haciendo un pequeño corte en la palma de su mano y ofreciendo su sangre a Rhaenyra. Ella hizo lo mismo, mezclando sus sangres en una copa ceremonial que luego ambos bebieron. Los cantos antiguos resonaban en la sala, narrando historias de gloria y tragedia de la Casa Targaryen, mientras la pareja sellaba su unión con un beso cargado de determinación.

Lucenya no pudo evitar reflexionar sobre el significado de todo aquello. Sangre y fuego. Amor y deber. Todo estaba entrelazado en un intrincado tejido que definía sus vidas. Se preguntaba si algún día podría encontrar un equilibrio entre esos opuestos, o si estaba condenada a cumplir con el deber a expensas de su propia felicidad.

Observaba la ceremonia con una calma aparente, su vestido de seda negra bordado en hilo rojo se movía ligeramente al ritmo del viento que se colaba por las ventanas. A su lado, Jacaerys permanecía erguido, vestido con un jubón oscuro adornado con el símbolo de su casa. Ella podía sentir la calidez de su presencia incluso sin mirarlo directamente.

Lucenya no pudo evitar pensar en lo que significaba estar ligada a alguien por obligación, por lealtad al deber. ¿Era acaso el mismo destino que le esperaba?

Jacaerys, como si percibiera sus pensamientos, inclinó ligeramente la cabeza hacia ella.
-¿Estás bien? -preguntó en voz baja.

Lucenya giró hacia él, encontrándose con sus ojos oscuros, tan intensos como siempre.

-Solo pensaba en el peso de todo esto. La ceremonia, el deber... nuestra unión.

Él soltó una pequeña risa, casi imperceptible.

-Nuestra madre y Daemon parecen bastante cómodos con el "peso". Quizás nosotros podamos aprender algo de ellos.

Ella arqueó una ceja.
-¿Insinúas que deberíamos beber sangre juntos y sellar un pacto?

Jacaerys sonrió, y el calor de su expresión derritió una parte del muro que Lucenya había construido en su interior.

-Insinúo que, tal vez, no todo deba ser tan sombrío como lo imaginamos.- una sonrisa ligera apareció en sus labios.
-¿no crees que también puede ser una oportunidad?

Lucenya lo miró, confundida.
-¿Una oportunidad para qué?

Él la miró fijamente, con una intensidad que la dejó sin palabras.
-Para encontrar algo más allá del deber. Algo que nos pertenezca solo a nosotros.

Lucenya sintió que un nudo se deshacía en su pecho. Quizás había una chispa de esperanza en el horizonte, incluso en medio de las sombras que se cernían sobre ellos.

La ceremonia concluyó con los rugidos de Caraxes y Syrax que reverberaban en el aire. Mientras los invitados se dirigían al salón principal para el banquete, Lucenya y Jacaerys se quedaron un momento más en la sala vacía. La luz de las antorchas proyectaba sombras sobre ellos, pero había algo más: un lazo invisible que los unía.

-Nya, -dijo Jacaerys finalmente, rompiendo el silencio-, ¿alguna vez te has preguntado si es posible encontrar algo más en esto que nos han impuesto? Algo más que el deber.

Lucenya lo miró fijamente, sus ojos brillaban bajo la luz tenue.

-Lo he intentado imaginar. Pero parece que cada vez que lo hago, me recuerda lo que no puedo tener.

Jacaerys avanzó un paso hacia ella, lo suficiente para que la distancia entre ambos desapareciera casi por completo.

-¿Y si te dijera que yo quiero encontrar algo más? No para la casa Velaryon, ni para el Trono de Hierro... sino para nosotros.

El corazón de Lucenya se detuvo por un instante. ¿Era posible que su mellizo, el hombre con quien había compartido toda su vida, sintiera algo más allá del deber que los ataba? ¿Era posible que Jacaerys hablara no como su prometido, sino como un hombre que deseaba conocerla en su totalidad?

-¿Qué estás diciendo, Jace? -murmuró, con una mezcla de esperanza y miedo.

Él extendió una mano, rozando los mechones oscuros que caían sobre el rostro de Lucenya.

-Estoy diciendo que no importa lo que el destino haya planeado para nosotros. Yo elijo verte, conocerte, amarte, no porque debo, sino porque quiero.

Las palabras golpearon el corazón de Lucenya como un rayo. Durante años, había sentido el peso del deber como una cadena, pero ahora, frente a Jacaerys, parecía que ese peso podría ser compartido, incluso transformado.

-Jace... -empezó, pero las palabras se atascaron en su garganta.

-No tienes que responder ahora -dijo él, con una sonrisa que calmó sus nervios-. Solo quiero que sepas que no estamos solos en esto.

El sonido de los músicos y las risas del banquete interrumpió el momento. Jacaerys se apartó con reluctancia, pero no antes de dejar que sus dedos rozaran la mano de Lucenya, un toque breve pero cargado de significado.

Más tarde esa noche, durante el banquete, Lucenya y Jacaerys permanecieron juntos, sus miradas encontrándose en pequeños momentos que hablaban de promesas silenciosas. Los tambores retumbaban, el vino fluía y los dragones rugían en la distancia, pero para ellos, el mundo parecía haberse reducido a su propio rincón.

En medio de la fiesta, Jacaerys tomó la mano de Lucenya y la llevó fuera del salón, hacia uno de los balcones que daban al mar. Allí, bajo la luz de la luna y con el sonido de las olas como testigo, Jacaerys se giró hacia ella.

-Nya, no puedo prometer que nuestro camino será fácil. Pero sí puedo prometerte que estaré contigo, siempre.

Lucenya lo miró, y por primera vez, sintió que quizás había algo más allá del deber, algo que no era una carga, sino un fuego que podía iluminar incluso las noches más oscuras.

-Entonces promete una cosa más, Jace -dijo ella, con un tono que mezclaba desafío y ternura-. Promete que no solo serás mi esposo por deber, sino también mi amigo y mi aliado.

Jacaerys tomó su mano y la llevó a sus labios, sellando su respuesta con un beso suave.

-Eso y más, Nya. Eso y más.

Y, por primera vez en mucho tiempo, Lucenya sintió que había esperanza para ellos, incluso en el incierto camino que les aguardaba.

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