capitulo 14: el amor

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Al entrar al departamento, noté que el ambiente estaba mucho más desordenado que la noche anterior. Había platos en la mesa, como si la última comida hubiera sido olvidada a medias, y piezas de ropa interior desparramadas en el sofá. Parecía un caos, el tipo de desorden que me recordaba cuán diferentes eran sus vidas de la mía. Aunque quise decir algo al respecto, me contuve. Era su espacio, su refugio, y no tenía derecho a juzgarlo.

Pero no podía evitar la comparación: mi oficina en el piso 36 de Vitalata Spark era un monumento al orden y la precisión. Cada papel, cada carpeta, cada objeto en su lugar; una manifestación física de mi lógica y control, de la manera en que me obligaba a mantener todo en equilibrio, al menos externamente.

Mi padre, el Barón Reinhardt, estaría escandalizado si viera este lugar. "El orden refleja el alma", solía decir, con esa severidad característica suya, que escondía una profunda preocupación por los demás. Pero aquí, en medio del caos de su vida cotidiana, vi algo diferente. Esto no era descuido, sino el reflejo de una existencia vivida con prisa, de días difíciles y noches sin final, de dos hermanas luchando por salir adelante con lo que tenían.

Con un suspiro, me quité el abrigo y lo colgué en una silla cercana. Decidí que no importaba el desorden. No estaba aquí para juzgar, sino para entender, para ayudar.

Barbara bromeó, con una sonrisa juguetona en el rostro. "Qué bien, una linda chica viene a nuestro hogar por primera vez a pasar la noche y el departamento parece un desastre."

Carmen asintió, nerviosa y claramente preocupada. "Debimos... ordenar... antes de... irnos."

Barbara se acercó a su hermana y le dio un pequeño toque en el hombro, intentando aligerar el ambiente. "No te preocupes, nuestra lady no va a preocuparse por el orden en medio de todo este caos."

Miré a ambas y sonreí, dejándome llevar por la calidez de sus palabras. "No me importa el desorden," les dije, con sinceridad. "Lo que me importa es estar aquí con ustedes."

El desorden del departamento, lejos de ser un problema, era un recordatorio de su realidad. Estas dos hermanas estaban luchando con todo lo que tenían, y su caos era el reflejo de su esfuerzo por mantenerse a flote. No era algo que mereciera juicio, sino comprensión.

Barbara me ofreció una silla, mientras Carmen se retiraba a su habitación. Decidí sentarme en el sofá, que estaba repleto de ropa interior limpia y dispersa. El aroma a detergente barato impregnaba el aire, mezclándose con el desorden y la sensación de un hogar agitado pero lleno de vida. Me acomodé a pesar del caos, recordando que las enfermedades humanas, aunque muchas veces no nos afectaran, aún podían representar una amenaza para los no-muertos como nosotros. En especial, algunas como el VIH, que tenían efectos devastadores incluso en un cuerpo vampírico. Esa era una de las muchas razones por las que la sed de sangre había sido estrictamente prohibida en nuestra sociedad.

El caos del lugar, la ropa abandonada y el ambiente que reflejaba sus vidas no me molestaban. Al contrario, era un reflejo de la humanidad que tanto intentábamos comprender y mantener. Ser vampira, vivir entre los humanos, significaba aceptar y respetar sus realidades. Y aquí estaba, en medio del desorden de las hermanas, con una oportunidad de protegerlas y aprender más de lo que jamás creí posible.

Barbara soltó una risa nerviosa mientras jugaba con un mechón de su cabello. "Es de Carmen y mía", admitió, encogiéndose de hombros. "La dejamos ahí esta mañana porque salimos corriendo a clases. Lo siento, no pensamos que tendríamos visitas tan especiales hoy."

Yo me recosté en el respaldo del sofá, esbozando una sonrisa leve. "No pasa nada, no juzgo. Pero... el olor de este detergente barato sí me molesta un poco." Mi nariz, más sensible que la de cualquier humano, captaba el aroma con una intensidad abrumadora.

VitalLata y SparkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora