III

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Cuando Richie se levantó para ir a trabajar al día siguiente, yo apenas había dormido algunas horas. Pero mientras servía su desayuno, le noté una chispa y un romanticismo poco frecuentes en él a esa hora de la mañana.

-No sabía que mi mujer podía convertirse en una amante tan apasionada-me dijo mientras me abrazaba por la espalda, tomándome de la cintura y besándome el cuello tiernamente--Anoche estuviste fantástica.

Reí pudorosamente, sin saber qué decir. Cómo hacer para explicarle las verdaderas razones de tan inesperado desborde de pasión a esa hora de la noche, sin que se sienta dolido? No podía contarle lo que había visto, y mucho menos lo que había descubierto en mí.

Pasó que esa noche, después de lo presenciado, mi excitación era tan grande que al volver a mi cama no podía retirar las imágenes de mi mente. Y mientras pensaba en ella, comencé a besar a mi marido y a acariciarlo con toda esa ternura y esa pasión que ella me había inspirado. Él despertó desconcertado, pero dispuesto a continuar con el juego.

Su boca se apoderó de mis pechos con la urgencia de un león hambriento, erizando sus pequeñas puntas morenas. Y yo, imaginaba sus  carnosos labios color rubí.

Él recorría suavemente con sus dedos todos los laberintos de mi piel. Y yo, recordaba sus manos desnudando esos apetecibles pechos de miel.

Ya fuera de mí, solo buscaba librarme de ese deseo cuando me vi sentada sobre él cabalgando desenfrenadamente sobre su miembro viril.  Se me venían pensamientos más prohibidos. Y pensé en sus ríos. Y en su océano. Y en las olas de sus dedos buscando el tesoro perdido.

Al fin estallamos en medio de un improvisado coro de gemidos. Cansadamente, me dejé caer hacia mi lado de la cama. Cerré los ojos y, secretamente, le dediqué a ella mis suspiros.

Mi Cuñada BeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora