VIII

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Los días que sucedieron a aquella preocupante confesión me habían llenado de desasosiego.

Me había vuelto parca y distraída, tal vez no quería entender lo que sucedía. Habíamos jugado con fuego y estábamos empezando a quemarnos.

Mi relación con Becky ya no era la misma. Nos habíamos alejado. Ella se había vuelto más callada y dedicaba la mayor parte de su tiempo casi obsesivamente a su trabajo. Si Richie me buscaba con besos o caricias en su presencia, siempre encontraba el pretexto para escabullirse. Tal vez no quería salir lastimada.

Richie comenzó a notarme distinta, y me lo hizo saber. Nuestros encuentros íntimos se habían vuelto para mí una obligación más que una necesidad.

Fue entonces cuando comencé a darme cuenta con preocupación de que extrañaba sus juegos, sus bromas; que me hacían falta sus caricias, sus besos, su ternura de mujer. Su indiferencia me estaba dañando y yo no era capaz de asumirlo.

Pero mi corazón ya no pudo mantener su compostura el día que recibí su correspondencia y leí el remitente: Freen Sarocha. Los celos empezaban a carcomerme poco a poco.

Cuando me contó que su ex pareja la esperaba para intentar retomar la relación, me volví loca. No soportaba más aquella situación, pero no sabía qué hacer.

Cuando Richie se metió a la cama por la noche y comenzó a acariciarme, fingí dormir profundamente para no tener que ceder a sus inoportunos antojos. El infierno se había apoderado de mí. Ya no podía apartarla de mi mente.

Ahora, recostada en mi almohada, podía reconocer que la deseaba más que a nada en el mundo. Sólo pensar en nuestros momentos de pasión me hacía necesitar su cuerpo desesperadamente. Con dolor, había descubierto mi verdad.

Mi Cuñada BeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora