XIV

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Estaba sentada, sola con mis pensamientos, mirando detrás del vidrio un paisaje que nunca creí que llegara a conocer.

Pienso en ella, en su figura ese día caluroso que nos conocimos en el jardín de mi casa.

En esa noche que la vi en su cuarto, jugando a la luz de la luna. Los recuerdos se agolpaban en mi mente y no hacían más que avivar el fuego que me carcomía las entrañas y que sólo sus llamas eran capaces de calmar. Sí, calmar brasa con brasa. Sólo el fuego de la pasión es capaz de aceptar tal teoría.

La azafata anunció que íbamos a tocar tierra, arrancándome de mis meditaciones.

De pronto, parada en la escalera, mis ojos la buscaban, mi corazón la llamaba, mi cuerpo la esperaba con esa ansiedad que provocan los momentos importantes.

Y de pronto, la divisé entre la multitud. Ella corrió hacia mí, y yo, dejando mis bolsos en el suelo, la abracé y la besé con la desesperación de un sediento en el desierto, estrechando sus tibios pechos contra mi cuerpo. Ya nada me importaba. Quería que me vieran besarla, acariciarla. Que supieran que me hacía falta, que la deseaba, que la amaba con todo mi corazón. Alrededor de nosotros el mundo seguía andando, monótono como una tragedia.

-¡Tanto equipaje, parece que te mudas!- observó bromeando.

Reí con ella mientras retirábamos los bolsos y buscábamos un auto de alquiler. Es que no era el momento de darle mi sorpresa. Eso merecía una cena íntima en su departamento. Tal vez ahora "nuestro departamento".

Porque tendríamos que solicitar al gerente de la empresa que renueve mi contrato indefinidamente o me vería obligada a buscar otro empleo permanente. Mi vida con ella había comenzado...

Mi Cuñada BeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora