Capitulo 14 | Mujeres

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Andrea


Corría por las calles de Nueva York con la toga aún colgando del brazo, el cabello un poco revuelto por el viento y las prisas. Era una imagen curiosa: una abogada de renombre prácticamente corriendo como si fuera su primer audiencia. Pero así era yo, siempre apurada al último minuto, sobre todo en esta ciudad que me hacía correr al mismo ritmo que mis pensamientos.

Nueva york tenía algo que me gustaba: su caos, su energía vibrante y esa sensación de que todo podía pasar en cualquier momento. Pero aunque admiraba su vitalidad, mi corazón no estaba aquí. No. Mi corazón siempre había pertenecido a Toronto, la ciudad que me vio crecer, donde la nieve me enseñó a amar las tardes junto a la chimenea y donde aún vivían las personas más importantes de mi vida. Y, si se me pretendía ser un poco más romántica, otra parte de mi corazón pertenecía a Italia, con sus colinas bañadas por el sol, los viñedos que parecían infinitos y al historia que recorría cada rincón.

Sin embargo, Italia no era solo un lugar en el mapa para mi; era un legado. Mis padres me dejaron algo más que su amor y recuerdos felices, me dejaron un apellido que pesaba toneladas. Ser la heredera de uno de los viñedos italianos más grandes del mundo no era precisamente algo que pasaba desapercibido. Cuando murieron en aquel accidente, toda mi vida cambió de golpe, pasé de ser su hija a ser "La Única heredera", esa joven de las que todos esperaban algo, aunque lo que yo quería era algo completamente diferente.

Mientras todos especulaban sobre mi futuro, tomé una decisión   que dejó a muchos boquiabiertos. ¿Abogada? "Te vas a morir de hambre", me dijeron más veces de las que puedo contar. Supongo que demostrarles  lo contrario se convirtió en mi deporte favorito. Podría haberme conformado con la herencia, claro, pero construir mi propia fortuna a través de lo que amo se sentía más satisfactorio.

Defender a personas como Pablo y su hija era lo que realmente me apasionaba. Esos casos donde la justicia parecía estar destinada únicamente a quien podía pagarla, donde la ley, si la miras con atención tenía grietas. Me gustaba llenar esas grietas con algo más allá de los códigos y estatutos: humanidad.

Pero aunque mi carrera me hacía sentir orgullosa, siempre había una parte de mí que volvía al pasado, al regresar a casa lo que siempre  me esperaba era la voz de mi abuela. Desde que me había quedado a su cargo, su presencia se había convertido en mi brújula. Había algo en ella, en su forma de ver la vida con una mezcla perfecta de sabiduría y humor, que siempre me había sentir que todo estaría bien.

— Andrea, siempre has sido dramática — Me decía mientras tomaba un café y me miraba por encima de sus gafas.

— No soy dramática, Abuela. Soy apasionada — le respondía con una sonrisa.

— ¿Apasionada? ¡Por favor! Haces locuras por mujeres y encima lo justificas. Mira, esta vez te has superado: dejaste todo el trabajo acumulado en Italia para irte dos semanas a Nueva York... ¿Solo porque querías volver a ver a una secretaria?

No podía evitar reírme. Mi abuela tenía una forma especial de decir las cosas que siempre me sacaba una sonrisa. Aunque en el fondo, sabía que tenía razón. Había dejado un caos monumental en mi escritorio solo para estar aquí. Pero si le preguntan a mi corazón, no se arrepentía. Nueva York era emocionante, sí, pero lo que me traía aquí era mucho más simple que una emoción.

Correr por esta ciudad mientras intentaba recuperar un equilibrio  entre mi vida profesional, mis raíces en toronto y, mi conexión y negocios en Italia me hacía pensar en cómo todo parecía ser un rompecabezas, a veces perfectamente armado. A veces incompleto.  Y en medio de este caos allí estaba yo, sonriendo como una idiota cada vez que pesaban a en ella.

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⏰ Última actualización: 15 hours ago ⏰

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