Sarah
El cielo ardía en tonos naranjas y azules, mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñiendo todo con una calidad y suave luz que acariciaba el paisaje. Aquel atardecer era una espectáculo en sí mismo, casi demasiado hermoso para aquel viaje compartido, uno que ya empezaba a cargarse de una tensión innegable.
Seguí a Noah hacía una camioneta Ford azul de doble cabina que había notado al llegar, pensando que era de alguno de sus empleados. Pero en cuanto abrió la puerta del conductor y se acomodó en el asiento, comprendí que estaba equivocada.
— ¿Qué pasó con tú otro auto? — Pregunté, tratando de romper el hielo, aunque quizás más para distraerme de cómo la vista del atardecer realzaba cada curva de su perfil.
— Oh, entonces eso sí lo recuerdas — respondió, lanzándome una mirada que destilaba picardía mientras abrochaba su cinturón, disfrutando cada segundo de mi incomodidad.
Le devolví una mirada asesina mientras arrancaba el vehículo, pero no hizo más que sonreír, totalmente imperturbable.
— ¿Siempre eres así de insoportable? — solté con un tono cortante, esperando que mi Ironía la dejara en silencio.
— Depende — Contestó, quitando una mano del volante para ajustarse la gorra. Luego, me miró de reojo, con una sonrisa ladeada que fue directo a la yugular de mi autocontrol —. Con las mujeres que me dejen abandonada en un motel, usualmente, sí.
El calor me subió hasta las mejillas. Cada mirada de Noah era un desafío, una especie de invitación vestida de descaro que me hacía desear apartar la vista, pero a la vez, era incapaz de hacerlo. Esa mezcla de arrogancia y atracción me volvía vulnerable, y ella lo sabía. Apretó el acelerador, disfrutando de cómo mis palabras quedaban atrapadas en mí garganta.
Las miradas de Noah hacia mí deberían tener un límite. En público, cada vez que me observaba, parecía desvestirme con la mirada, aunque de ves en cuando lo disimulaba con sonrisas tiernas y distraídas. Pero en cuanto lograba un momento a solas, su mirada se transformaba en la de un león, acechando a su presa, listo para atacar en cualquier momento.
— Yo no te dejé abandonada — Respondí finalmente, intentando sonar calmada, aunque sabía que había algo en mi voz que me traicionaba.
— No estaba hablando de ti — dijo con una sonrisa Irónica, alzando la voz con una exagerada inocencia —, Pero ya que te identificaste... Sí, soy así con las mujeres que me dejan abandonada.
No pude evitar sonreír ante su descaro y, antes de darme cuenta, estaba jugando su juego. La miré con un aire de falsa calma, sabiendo que ella estaba ganando esta batalla silenciosa.
— Intenté despedirme — Dije en voz baja mirando por la ventana, tratando de ignorar sus ojos que me examinaban con diversión —. Pero nada te habría despertado. Podrían haber tocado a la puerta como si fuese un concierto de Taylor Swift , y ni te habrías inmutado.
— ¿En serio? —Respondió, fingiendo estar ofendida, aunque sus labios mostraban una sonrisa divertida —, Con un simple "Noah, despierta" — Murmuró suavemente, te seguro que me habrías encontrado más que dispuesta.
Si claro me imagino.
— Ni siquiera me dijiste tu nombre. — Murmuré.
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El Flechazo y La Secuela
RomansaSarah es una mujer hermética, conocida porque nadie sabe nada de ella, a parte de que esta casada con el hombre más rico de Nueva York. Los rumores dicen que después de "la boda del siglo" los enamorados buscan casa. Y quién mejor que la Ingeniera...