El mundo estaba envuelto en llamas. Un resplandor anaranjado y rojizo teñía todo a mi alrededor, como si hubiera caído en el núcleo mismo de un incendio voraz. El calor era abrumador, sofocante, y cada respiración era una lucha contra el aire cargado de humo y cenizas. A mi alrededor, el sonido del fuego consumiendo la madera llenaba el espacio; aquel crujir, casi rítmico, era un recordatorio de que la destrucción no se detenía.
Abrí los ojos lentamente, tratando de enfocar entre las llamaradas. La escena que me rodeaba no parecía real, sino una pesadilla hecha carne y fuego. Las siluetas de lo que antes eran casas y árboles se deformaban bajo las lenguas del incendio, retorciéndose como criaturas que sufrían en un último suspiro de vida. Intenté moverme, pero mi cuerpo estaba rígido, paralizado, atrapado entre el calor y el miedo.
Y entonces lo escuché...
Un sonido que hizo que mi piel se erizara incluso en medio del calor abrasador. Gritos. Al principio, apenas audibles, pero luego se alzaron como un coro de agonía. Voces de hombres, mujeres y niños se entrelazaban en un lamento desesperado. Cerré los ojos por un momento, deseando que el sonido se detuviera, que aquello no fuera real. Pero cuando los abrí de nuevo, lo único que encontré frente a mí fue horror.
Unos ojos...
Al principio, no los reconocí. Eran vacíos, oscuros, dos abismos que parecían absorber toda la luz a su alrededor. Pero algo en ellos, algo profundo, me resultaba familiar. Esos ojos, en otro tiempo, habían sido mi refugio. Eran el azul cristalino que me hablaba de hogar, amor y paz. Ahora, eran un recordatorio de todo lo que había perdido. Me invadió una oleada de náuseas al comprender la verdad.
Era ella.
Mi madre.
O lo que quedaba de ella.
El cuerpo frente a mí era un amasijo de carne retorcida. Protuberancias grotescas brotaban de su piel como si algo oscuro y maligno la estuviera reclamando. Un líquido viscoso y negro, más espeso que la sangre, goteaba de esas protuberancias, dejando charcos que parecían hervir al tocar el suelo. Su aliento, cargado de muerte y podredumbre, llegó hasta mí, robándome el poco aire que me quedaba.
—¿Ma... mamá? —Mi voz apenas fue un susurro, temblorosa, rota.
Ella no respondió. O, mejor dicho, aquello que la había reemplazado no lo hizo. En su lugar, un aullido desgarrador resonó en el aire, un sonido tan intenso y sobrecogedor que mi mente se vació de todo pensamiento. Era como si el dolor, la furia y la desesperación se hubieran condensado en un único grito.
Mis manos buscaron instintivamente algo con qué defenderme, pero mi cuerpo seguía inmóvil, atrapado por el miedo. La criatura que una vez fue mi madre no esperó. Con un movimiento que parecía más animal que humano, se lanzó hacia mí, sus dientes afilados brillando bajo el fuego...
Y entonces, la oscuridad.
—¡Ey! ¡Michael, despierta! ¡Será vago el tío este!
El agua fría me golpeó como una bofetada. Mi cuerpo dio un salto involuntario mientras el hielo líquido recorría mi rostro y mis brazos, arrancándome del abismo. Abrí los ojos con un jadeo, intentando comprender dónde estaba.
—¿Eh?... ¿Qué sucede? —logré articular, todavía desorientado. Estaba sentado en un rincón de la forja, sobre un montón de lana que había improvisado como cama.
Frente a mí, Jennifer me miraba con una mezcla de exasperación y burla. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, parecía lista para darme una lección.
—¿Qué sucede? —repitió, dejando caer las palabras con sarcasmo—. Pues que tenemos cuatro encargos de armaduras de meteoro, y aquí estoy yo, cargándome sola con todo mientras tú te echas la siesta.
Me froté los ojos, tratando de sacudir el sueño, pero las imágenes seguían ahí, pegadas a mi mente como sombras. Suspiré, sintiendo el peso de su mirada.
—Lo siento, Jennifer... Solo pensaba descansar cinco minutos.
Ella alzó una ceja, escéptica. Su tono cambió, volviéndose más serio.
—¿Otra vez ese sueño?
Asentí, incapaz de mirarla directamente. Jennifer soltó un largo suspiro antes de acercarse. Su mano, firme pero cálida, se posó sobre mi hombro. Levantó mi barbilla hasta que nuestras miradas se cruzaron.
—Escucha, aquello ya pasó. Sería una idiota si te dijera que lo olvides, porque sé que no puedes. Pero si no fueras tan buenorro, serías el emo más insoportable de esta ciudad de mierda.
Sus palabras, y esa sonrisa desafiante que siempre llevaba consigo, lograron arrancarme un destello de incredulidad. Se giró rápidamente, dejando que su larga coleta oscura se balanceara detrás de ella.
—¡Venga, llorón! A trabajar. Esas armaduras no se van a forjar solas.
Me levanté con esfuerzo, estirándome hasta que mi espalda crujió. Mientras lo hacía, murmuré para mí mismo:
—¿Buenorro? ¿Emo? ¿De qué demonios habla esta loca?
Aunque no podía negar que el trabajo de la forja había dejado su marca en mí, mi vida no giraba en torno a eso. Mis días se dividían entre el yunque, las brasas y el martillo. Pero aún con el cansancio y el calor perpetuo de la forja, había algo que me anclaba al pasado.
Mi mano se deslizó hacia mi bolsillo. Allí estaba. El reloj.
Era un reloj de bolsillo, antiguo, con un diseño delicado que no parecía pertenecer al mundo áspero en el que vivía. Lo abrí con cuidado, como si fuera un tesoro frágil. Dentro, una foto. Mi madre y mi padre, juntos, sonriendo con una alegría que parecía inalcanzable ahora. Y al abrirlo, una suave melodía comenzó a sonar.
Era una pieza clásica, de esas danzas antiguas que llamaban ballet. La música llenó el aire, y por un momento, el mundo pareció detenerse. Sobre la melodía, la voz de mi madre surgió, tenue, como un eco.
"Recuérdame."
Cerré los ojos y dejé que aquel momento me envolviera. El fuego, los gritos, el horror... todo eso seguía ahí, enterrado en mi memoria. Pero también lo estaba su voz.
Guardé el reloj y tomé aire. Jennifer tenía razón. Las armaduras no se forjarían solas. Y en Corpo, sobrevivir no era un lujo, era una obligación.

ESTÁS LEYENDO
CORPO | El reino Artificial
MaceraUna corporación que antaño estaba dirigida por un ordenador obsesionado por el control de la población, comienzan a notar casos extraños en sus instalaciones, las cuales cada vez se expanden a más territorios generando temor y revueltas entre los ci...