Mantequilla sin sal

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La cocina de Octavinille estaba llena de aromas a harina y a algo más profundo, un aroma que parecía irreal tratándose de alimentos que solo conservaban su frescura estando en el mar. Trey se sentaba en un taburete frente a la mesa central, los ojos fijos en las manos hábiles del padre de los Leech, quien trabajaba la masa con una destreza que él aún no alcanzaba. EL hombre había malinterpretado la situación entre Jade y Trey, y estaba enfadado creyendo que Jade le estaban enseñando a hornear panadería marina de mal modo, confundiendo su receta con la de un biscocho para pastel en vez de un pan sin corteza como originalmente era.


—Mira bien, verdecito —dijo el hombre, sin levantar la vista—. No debe ser aguada la mezcla o estará muy seca al sacarle del horno, es un pan especial. Amasas con las manos para tener la suavidad e integrar bien todo.


Trey, nervioso, observó atentamente. Cada gesto del hombre le parecía un detalle de paciencia y precisión. Pan sin corteza, se repitió en su cabeza. Había pensado que el hombre estaba haciendo un biscocho, pero no, aquello era otra cosa, algo más sencillo, pero a la vez más complicado de elaborar y mantener en el horno. Trey sacó una libreta de su bolsillo y comenzó a anotar, eran técnicas que solo se usaban en el mar. No estaba acostumbrado a amansar algo que en recetas comunes era de consistencia más aguada y solo se vertía en recipientes para dejarlos esponjar al horno. Lo que el hombre hacía parecía un arte. Prestando atención a cada paso, cada técnica que se le ocurría al hombre de recetas que hacía de vez en cuando, hasta que, al fin, el pan estuvo listo para entrar a la burbuja de aire precalentada con fuego marino.


—¿Y tú, qué sabes hacer, aparte de respirar? —preguntó el hombre, su voz profunda y autoritaria.


Trey, intimidado, se ajustó los lentes antes de responder, intentando recuperar la compostura. —Bueno, sé hacer pan y dulces, pero con las técnicas comunes, las de la superficie —dijo, tratando de no sonar tan inseguro como se sentía.


El hombre no mostró ni un atisbo de impresión. Solo asintió, como si ya hubiera escuchado esa respuesta mil veces.


—Entonces, prepara tu mejor receta, verdecito —ordenó.


Trey se apresuró a ponerse el delantal, era su oportunidad no deseada de impresionar a aquel hombre, y tal vez, con un poco de suerte, podría lograrlo impresionarlo para dar una mejor impresión y presentarse como el novio de su hijo mayor. Mientras tanto, el padre de Jade se sentó junto a su esposa en la mesa, ambos observando en silencio. La mujer sostenía al pequeño erizo envuelto en su manta, acariciándolo suavemente.


—Es tan lindo —comentó la mujer, mirando al pequeño animal—. Me recuerda mucho a cuando Jade y Floyd eran pequeños.


El hombre, que no solía mostrar demasiada calidez en sus palabras, miró al erizo con una ligera fruncida de ceño.


—¿Qué le pasa a esa bola de agujas? —preguntó, sin mucho interés, pero con una pizca de preocupación que solo su familia notaba.


—Está un poco mal del estómago. Se comió demasiado merengue. Nada grave que necesite tu atención inmediata —respondió Jade, con tono sarcástico. 


El hombre asintió, pero su mirada volvió a centrarse en Trey, quien ya estaba reuniendo los ingredientes para su receta. De repente, su voz sonó en la cocina con un tono autoritario.

Horneando con Amor y HongosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora