Nuez moscada

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El sol caía con suavidad sobre el jardín marino de la casa de los Leech. El agua azul del mar parecía extenderse infinitamente, moviéndose en un vaivén tranquilo que se reflejaba en las pequeñas criaturas marinas nadando entre las rocas. Las estrellas de mar y los peces de colores brillaban en el agua clara, moviéndose con la gracia de una danza silenciosa. Trey se quedó allí, observando con asombro cómo esas pequeñas criaturas se deslizaban libremente por el agua, creando un paisaje casi de fantasía solo para sus ojos.


—¡Verdecito! —la voz grave de su suegro lo saco de su transe. El hombre lo llamaba desde el borde del jardín, con una cesta en las manos—. Ven aquí, necesito que me ayudes con las algas.


Trey se acercó, curioso. —¿Qué tengo que hacer? —preguntó, mirando la cesta vacía y el mar que se extendía ante él.


El hombre señaló algunas algas verdes que flotaban cerca de la orilla. —Solo arráncalas y ponlas en la cesta —respondió.


Trey asintió y se inclinó, comenzando a arrancar las algas con cuidado, algunas se enredaban en su mano como si quisieran permanecer con él, eran algo escurridizas, con una sensación algo áspera y demasiado largas cuando tiraba con fuerza de ellas.


Por esto Floyd no quería ayudarle.


—¿Cómo te ha ido con Jade? —preguntó el hombre de repente, sin dejar de "cosechar" unos raros frutos que sacaba de entre unas rocas.


Trey, sorprendido, levantó la vista por un instante, antes de bajar la cabeza con una ligera sonrisa nerviosa. No estaba seguro de cómo responder. Jade lo dejaba exhausto casi siempre, apenas lograba seguirle el ritmo de sus travesuras o mantener su concentración en lo que al principio estaba trabajando. Jade ya no era tan avergonzado, aunque el rojo en sus mejillas seguía siendo el mismo, haciéndolo ver tierno, pero sus expresiones algunas veces iban más a algo simplemente adorable; lo agitaba y terminaba perdiendo la cabeza por él.


—Está bien... —murmuró, sin querer profundizar.


El hombre suspiró, como si ya hubiera intuido la respuesta. —Jade es... un dolor de cabeza a veces —admitió, con un tono lleno de cariño—. Pero, a pesar de todo, cuídalo... Te recuerdo que aún no tienes mi aprobación.


Trey se quedó en silencio. No quería hablar demasiado sobre Jade. Se centró en su tarea, arrancando las algas una a una. Trás un rato, Jade apareció con una jarra de limonada en las manos, su silueta recortada contra el fondo del mar. Sonrió al ver a Trey trabajando. Fantaseando un poco con una escena de que así podía ser su relación, su familia en un fin de semana o en vacaciones futuras.


—¡Tomen un descanso! —dijo la mujer, con una sonrisa traviesa. Le ofreció un vaso con limonada a Trey—. ¿Cómo va todo?


Trey aceptó el vaso con una ligera sonrisa. —Bien, gracias —dijo, antes de agregar con algo de timidez—. No sabía que Jade fuera... tan problemático.


Jade soltó una risa suave, divertida. —Hay cosas que no me gusta mostrar con facilidad —respondió, guiñándole un ojo—. Pero si quieres, puedo ser travieso contigo.

Horneando con Amor y HongosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora