Max despertó en su antigua habitación en casa de sus padres y se quedó mirando al cielo azul afuera de la ventana. Su corazón latió rápidamente contra sus costillas, mientras su mente se movía a través de los acontecimientos del día anterior.
Rodándose de costado, se acurrucó en una bola mientras una fuerte avalancha de insoportable alegría y añoranza lo golpeaba. Había sido dosificado la noche anterior con tranquilizante alfa. Un fármaco creado para ayudar a los alfas a comportarse civilizadamente antes del emparejamiento, en caso de que fueran incapaces de firmar el contrato con su omega inmediatamente.
No era una experiencia desagradable el sentirse drogado, aunque no tan divertida como con el sutil alucinógeno que Charles había conseguido con un compañero de último año durante un par de veces en la preparatoria. Había sido gracioso y raro, con las pequeñas flores danzarinas siguiéndolo, y aves que le hablaban en el idioma italiano del Viejo Mundo.
Por el contrario, el tranquilizante alfa era como una pacífica y fresca brisa en sus venas. Hacía que el mundo fuera menos intenso ahora que sus hormonas de alfa se habían disparado, pero no lo volvía un inútil como el supresor utilizado por los guardias de seguridad en la biblioteca. Sólo relajado. Definitivamente le había ayudado a apartar su entusiasmo y miedos durante la noche anterior para poder conciliar el sueño, pero ahora se estaba perdiendo el efecto.
Energía palpitó dentro de él. Se preguntó qué estaba haciendo su omega, donde estaba en ese momento, cómo se sentía respecto a lo que había sucedido.
El rector Horner no había lucido muy optimista el día anterior, y el policía que había tomado su declaración, pareció tenerle lástima aunque no comprendía totalmente por qué. Luego estaba el susurro cálido y urgente de sus padres durante la noche anterior. Había querido permanecer despierto para escuchar su conversación, pero después de que le dieron el tranquilizante alfa y una extraña copa de vino, había estado tan somnoliento que dejó que su papá lo llevara a la cama.
Recordaba la forma en que el apuesto rostro de su papá denotaba el agotamiento repentino mientras lo colocaba en su cama con su gentileza habitual.
—Todo estará bien, hijo —le había dicho su papá, pasándole una mano por el pelo y dándole un beso en la frente, de la misma forma en que lo hacía cuando era un niño pequeño—. Haremos lo correcto para ti.
Su padre había aparecido en la puerta con una copa en la mano, whisky, lo que significaba que estaba estresado. Su papá se levantó y fue junto a su pareja. Ambos se le habían quedado viendo desde la puerta abierta, en un par de siluetas negras iluminadas por las lámparas del pasillo. Había luchado por mantenerse despierto, con ganas de salir de la cama y seguirlos a su recámara, y escuchar afuera de su puerta.
Incluso en su estado aturdido, había sabido que era un alfa enfrentando una situación inusual, y no podía dejar que lo trataran como a un niño. A ningún omega le gustaría eso. En especial, no a uno mayor. Tenía que ser fuerte y estar listo para regir. Pero para hacer eso, tenía que saber las cosas, y sus padres no le estaban dando todos los hechos. Sólo los que pensaban que necesitaba oír.
Pero el sueño lo había engullido con avidez y lo escupió en la luz de la mañana. La misma luz que ahora se arrastraba por el piso de su habitación. Sombras de ramas de árboles siendo sacudidas por la brisa otoñal, se filtraban a través de la ventana abierta y enfriaban la habitación.
Se incorporó con cautela, aunque el vino y tranquilizante alfa no lo habían dejado tan mareado como la botella de brandy que Charles había robado del gabinete de licores de su padre, y colado en su dormitorio el primer día de clases. Se lo habían tomado todo, luego tuvieron sexo, y después tuvieron un poco más. A Max se le había dificultado el venirse después de consumir tanto alcohol, pero Charles se había comportado tan obscenamente como algunos de los omegas lo hacían en los vídeos educativos.