capítulo 18

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La cena era extraña.

Y no debido a la mezcla de olores que Max llevaba a cuestas al llegar a casa. Ni siquiera porque había llegado tarde. Y tampoco porque había violado los protocolos con Sergio. No, hasta ahora había logrado esquivar todas esas balas.

Cuando llegó, sus padres habían estado encerrados en el estudio de su padre, por ninguna parte olía a la cena. Confundido, pero aliviado de no ser bombardeado con preguntas y ojos conocedores, había subido corriendo las escaleras para tomar un poco del tranquilizante alfa, antes de revolcarse durante unos minutos en la dicha de la combinación de su aroma con el de Sergio por toda su ropa y piel, antes de bañarse.

Después de hacerlo, y una vez que pudo pensar con claridad, metió todo menos la camisa que había estado usando, en la moderna lavadora que su padre había comprado hacía varios años. Puso la camisa cubierta de semen debajo de su almohada, con la esperanza de que sus padres se mantuvieran fuera de su habitación hasta que tuviera la oportunidad de disfrutarla más.

Pero entonces fue al comedor y descubrió que no sólo no había ninguna fiesta, sino que tampoco decoraciones de la temporada. El candelabro del Lobo expectante que su papá siempre ponía de centro de mesa, no estaba. Los arreglos llevaban allí varios días y no eran tan bonitos como los que habían tenido para la fiesta de la semana pasada, cuando Sergio había sido invitado.

No estaba bien. No era natural. Pero cuando sus padres finalmente aparecieron con sólo una extraña variedad de sobras recalentadas para servir en platos más lindos, el aire había estado tan denso y tenso, que

Max no se había atrevido a preguntar qué estaba pasando por miedo de escuchar que era su culpa.

Sin duda, toda esta extrañeza no era sólo por lo que había hecho con Sergio. Obviamente no había manera de cubrir su felicidad, pero unos cuantos besos no podían traer este tipo de tensión, ¿o sí? Si sus padres supieran todo lo que había hecho, suponía que estarían lo suficientemente enojados como para tener problemas. Pero si fuera así, ¿dónde estaba el regaño? ¿La gritadera? ¿Las sugerencias de que Sergio no era adecuado? Todo lo que había era un doloroso silencio.

Max esperaba que si estaba lo suficientemente tranquilo, tal vez lo dejarían pasar. Después de todo, las negociaciones continuarían mañana, y si se desarrollaban sin problemas, entonces todo saldría bien.

Su estómago se tensó.

«Negociaciones».

¿Y si habían descubierto algo más sobre Sergio? ¿Algo que no les gustó? ¿Qué pasaba si no querían celebrar la fiesta porque no había nada bueno en el futuro? ¿Qué si estaban tratando de encontrar la manera de decirle que jamás podría tenerlo?

Se armó de valor y se preparó para tantear las aguas con una pregunta sobre las negociaciones del día siguiente, pero antes de poder hacerlo, su padre hizo a un lado su tenedor y se encontró con su mirada con una extraña sombra en sus ojos.

—Deberíamos de cenar y luego ir a dormir temprano. Necesitas estar bien descansado y lúcido para mañana, hijo.

—Pero son sólo las ocho.

Sí, era tarde para que la cena apenas empezara, pero era demasiado pronto para dar por terminada la noche.

—Pásame la mantequilla —dijo su papá, con el ceño firmemente fruncido. Ni siquiera se había vestido para la ocasión. Llevaba un suéter flojo color gris, uno de sus colores menos preferidos. Su padre por su parte, al menos se puso un saco. Max se sentía como un idiota al usar su habitual vestimenta de fiesta, un traje y corbata—. ¿Max? ¿La mantequilla? —espetó su papá.

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