capítulo 23

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Después de llamar a Charles, Max le dijo a Carlos a dónde iría.

Su padre estaba demasiado angustiado por su papá, para notar su ausencia, y Carlos podría explicarle todo después, cuando hubiera pasado el peligro. Si es que el peligro pasaba. Eso estaba aún por determinarse.

Después de eso, tomó un puñado de tranquilizante alfa y metió más en sus bolsillos. Necesitaría estar en control.

Corrió a la casa de Sergio, con la gente en las banquetas haciéndose a un lado para dejarlo pasar. Las imágenes de todo lo que había visto ese día, se reproducían a través de su mente. No quería jamás tener hijos, sin importar qué. Y no después de esto. No valía la pena a ese precio. Nunca tendría a un sustituto y no le importaba lo que Sergio hubiera hecho en el pasado, con tal de que estuviera a salvo en este momento. Sano y salvo, lo cual era su propio trabajo, así como asegurarse de que Sergio no tuviera más dolor.

Estaba sin aliento y sudando para cuando llegó a la casa de Sergio. Esperaba que Charles hubiera llegado a su casa mucho más rápido. Su papá necesitaba sangre y la memoria fotográfica de Max, no le había fallado cuando más importaba. Cuando estaba desesperado por encontrar una solución, recordó estar sentado al lado de Charles en clase de biología hacía dos años atrás, ambos siendo picados en sus dedos, y anotando los resultados de las pruebas. Lobo 3 fue lo que Charles escribió. Y Lobo 3 era lo que necesitaba ahora su papá.

Charles había estado durmiendo por su embriaguez, pero había accedido a ir inmediatamente cuando le contó la situación. Esperaba que hubiera llegado a tiempo. Una parte de él quería llamar a su casa y asegurarse de ello, pero una más grande sabía que no podía controlar lo que estaba ocurriendo allí. Su deber estaba aquí con Sergio. Su papá estaba en buenas manos con Carlos y confiaba en que él haría lo que tenía que hacer, incluso si eso significaba pararse a media calle y agitar sus brazos hacia los conductores hasta que encontrara un donador con sangre tipo Lobo 3.

Saltando en el porche de Sergio, Max alzó la mano hacia el timbre pero Lance abrió la puerta antes de que tuviera la oportunidad de tocarlo. Su camisa estaba medio desabrochada, mostrando su pecho, y su oscuro cabello estaba desordenado. Tenía ojeras y el cansancio irradiaba de él en oleadas.

—Qué bien. Estás aquí. —Lo jaló hacia el interior, apretando su mano de manera tranquilizante mientras lo hacía—. Debes estar congelándote.

Mirándose hacia abajo a él mismo, Max se dio cuenta de que una vez más había salido sin un abrigo. Dado que llevaba puestos unos pantalones deportivos y una camiseta manchada de sangre, se suponía que debía tener frío, pero no sentía nada en absoluto. Había tanta distancia entre él y el resto del mundo, parcialmente por el tranquilizante alfa pero en su mayoría por el impacto, que podría remar en un bote durante horas y nunca llegar a la costa.

Lance le frotó los brazos descubiertos, tratando de calentárselos mientras chasqueaba la lengua.

—Mira cómo estás.

Fernando y Sarangi también estaban en el vestíbulo. Obviamente, todos habían estado esperándolo. Sarangi se metió entre sus piernas a modo de saludo y Fernando le dio una suave sonrisa, con sus cejas decaídas por la preocupación. Extendió una mano para estrechar la suya y su agarre pareció prestarle fuerza.

—¿Todo bien en casa?

Max negó con la cabeza. No sabía qué decir o si incluso pudiera hablar de lo que estaba ocurriendo en su casa. Sus facultades le fallaban.

—Ven a la cocina. Toma un té y cálmate —dijo Fernando, poniendo un brazo alrededor de sus hombros, abrazándolo mientras lo guiaba a la sala.

—Pero Checo...

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