Sergio trató de analizar todo lo que Max había dicho mientras lo empujaba en el sillón orejero de piel en su estudio, para luego arrodillarse a sus pies. Lo forzó a que agarrara una taza de té caliente y murmuró: —Es un hombre terco, ¿verdad?
Max había compartido a grandes rasgos la situación de sus padres, entre sus intentos de acallar sus lágrimas en el pasillo y luego de nuevo en la cocina mientras Sergio hervía el agua para el té. Obviamente se había guardado los detalles verdaderamente comprometedores sobre el uso habitual de su papá con los abortivos, pero Sergio sabía lo suficiente por su discusión con Lance y la charla con Max, para sólo tener que juntar las piezas del rompecabezas.
—Sí, lo es —dijo Max, limpiándose los ojos con el pulgar, y tratando de deshacerse virilmente de la evidencia de su llanto—. Estarán molestos cuando se den cuenta de que me fui.
—¿Dejaste una nota?
—Sí, pero aun así se preocuparán.
La mirada de Sergio fue hacia el teléfono de su escritorio.
—Llamémoslos.
—No. Si están hablando o discutiendo, o cualquier otra cosa, no quiero interrumpir. Tengo diecinueve años. Legalmente tengo el derecho de estar aquí.
—Técnicamente ya hemos violado varios protocolos...
—Bueno. Sabes a lo que me refiero.
Sergio asintió y le acarició la rodilla. —Tómate el té. Te ayudará.
Era una mezcla de hierbas para brindar calma y paz. Lance y Fernando se lo habían dado por su cumpleaños el año pasado, citando su tendencia a preocuparse. Esperaba que aliviara la angustia de Max. Además, uno de los componentes de la mezcla era el ingrediente activo en el tranquilizante alfa, así que el que Max lo bebiera, lo hacía sentir que era mucho menos probable de que acabaran teniendo sexo antes de que terminara la noche. Aunque eso estaba por ver, sobre todo con los estremecimientos de su próximo celo, retumbando bajo su piel.
Nada en este día había sido como lo imaginó cuando abrió los ojos en la mañana. Se preguntó si algún otro día lo volvería a ser.
—Morirá si no encuentra una manera de... —Max miró a Sergio y apartó la vista—. Si no tiene un aborto espontáneo o encuentra otra manera de terminar con el embarazo.
—Sé que dijiste que tu papá es alérgico a los condones que da el gobierno, un desafortunado número de omegas lo son, ¿pero no crees que ellos podrían haberlos usado de todos modos?
Max se encogió de hombros.
—Mi papá dijo que no. Tiene una reacción interna que le hace sangrar y desgarrarse con los constantes encuentros durante el celo.
—Ya veo. —Sergio resentía que las nuevas leyes que el gobierno puso hace varios años acerca de los condones, hubieran reducido la calidad y variedad de los materiales. Obviamente esto dejaba a Sebastian con menos opciones.
—Sé que se supone que debo ser fuerte. —Max se pasó el dorso de su mano por la boca, limpiando su expresión insegura—. Sé que estoy fallándote en este momento.
—Tú eres fuerte. Esto es duro. Es normal que sientas miedo cuando suceden cosas que lo dan.
—No quiero perderlo. Lo amo.
—Lo sé. Lo siento, Max. —Sergio apoyó la mejilla contra el cojín del sillón, mirándolo—. Tómate el té.
Recuerdos del momento en que supo sobre el accidente que cobró la vida de sus padres, burbujearon en su mente. Se mordió el labio. Max lo necesitaba para mantener la calma. Pero no era justo, perder a un padre nunca lo era. Deseó de alguna manera poder ahorrarle este dolor.