Primera conexión
El día siguiente llegó más rápido de lo que esperaba, y para mi sorpresa, mi padre no me pidió que lo acompañara al entrenamiento. Pensé que sería un día tranquilo en casa, pero no había contado con las chicas.
—Sarita, vente. Estamos en un café cerca de la ciudad deportiva. Tienes que venir —me escribió Sira.
No tenía muchas ganas, pero después de varios mensajes insistiendo, terminé aceptando. Me puse algo sencillo, tomé mis cosas y salí.
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En el café
Cuando llegué, Sira, Ana y Berta ya estaban ahí. Estaban charlando animadamente, pero en cuanto me vieron, todas voltearon hacia mí.
—¡Por fin llegas! —dijo Ana, levantándose para abrazarme.
—¿Y esto? ¿Qué urgencia había? —pregunté, algo confundida.
—Nada, solo queríamos pasar el rato contigo —respondió Berta con una sonrisa inocente, pero no les creí del todo.
Nos sentamos y comenzamos a charlar de cosas triviales. Me sentía más cómoda con ellas, como si fueran amigas de toda la vida.
—Por cierto, ¿te dijo algo Lamine ayer? —preguntó Sira de repente, como quien no quiere la cosa.
—Otra vez con eso —dije, rodando los ojos—. Solo hablamos un poco, nada interesante.
—¿Nada interesante? —repitió Berta, arqueando una ceja—. Sara, el chico no dejaba de mirarte. Eso no es “nada interesante”.
—¡Ya basta! —exclamé, intentando ocultar la sonrisa que se formaba en mis labios.
Pero antes de que pudiera defenderme más, Ana soltó algo que me dejó helada.
—Bueno, te lo digo porque puede que te lo encuentres aquí.
—¿Qué? —pregunté, mirándola con los ojos abiertos.
—Sí, algunos chicos dijeron que vendrían después del entrenamiento.
Y justo en ese momento, la puerta del café se abrió, y los reconocí al instante: Pedri, Ferran, Héctor… y Lamine.
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Un encuentro inesperado
Los chicos nos vieron y se acercaron. Parecía casual, pero había algo en la manera en que Lamine me miró que me hizo pensar que no era tan improvisado.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Pedri, sonriendo.
—Para nada, estábamos esperando que llegaran —respondió Sira con naturalidad, mientras les hacía espacio en la mesa.
Los chicos se sentaron y la conversación comenzó a fluir, aunque yo permanecí bastante callada. Pero entonces, Lamine, que se había sentado a mi lado, se giró hacia mí.
—¿Te sientes incómoda? —preguntó en voz baja, como si no quisiera que los demás escucharan.
—Un poco… —admití.
—No tienes por qué. Somos buena gente, te lo prometo —dijo con una sonrisa que me hizo sentir más tranquila.
Su tono era amable, genuino, y eso me desarmó un poco. Por primera vez, me animé a hablar más con él.
—¿Siempre vienen aquí después del entrenamiento? —pregunté, intentando cambiar el tema.
—No siempre, pero hoy me alegra haber venido —respondió, y mi corazón dio un pequeño brinco.
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Una conversación aparte
La tarde pasó rápido. Todos estábamos charlando y riendo, pero en un momento, Lamine y yo quedamos un poco apartados del grupo.
—¿Y por qué no te gusta el fútbol? —preguntó, mirándome con curiosidad.
—No sé, nunca me llamó la atención. Mi papá siempre quiso que lo siguiera, pero yo preferí otras cosas.
—Eso está bien. No todos tienen que amar lo mismo.
—¿Y a ti? ¿Por qué te gusta tanto?
—Es… mi pasión. No sé explicarlo. Es algo que siempre he llevado dentro —respondió, su mirada brillando al hablar.
Por primera vez, entendí un poco por qué mi padre y los demás amaban tanto este deporte. Había algo especial en la forma en que Lamine hablaba de ello, algo que casi me hizo desear sentir lo mismo.
Cuando nos despedimos esa tarde, me di cuenta de que algo había cambiado. Ya no veía a Lamine solo como un jugador del equipo de mi padre. Había algo más, algo que me hacía querer conocerlo mejor.
Voten para el siguiente capitulo
Os amo ᰔᩚ
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La hija del mister
RandomPara Sara Hernández, ser la hija del entrenador de un club de elite significa vivir en las sombras de los reflectores, en un mundo donde cada paso que da puede convertirse en noticia. Cuando su padre firma con el FC Barcelona, Sofía intenta pasar de...