19- El eco de la desconfianza

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Aaron Peters

Las palabras se desvanecían de mi mente, como si un velo de confusión y rabia las hubiera cubierto. No sabía qué carajos pensar.

—Allan.

El pelinegro permaneció en silencio, espantado por la furia que brotaba de mí, aunque en este caso no era hacia él. Era como si cada palabra que había escuchado antes se estuviera reconfigurando en mi mente, encajando piezas de un rompecabezas que creía completo, pero que en realidad estaba lleno de huecos oscuros.

El mensaje cobraba sentido. Todo cobraba sentido.

Menos el hecho de que Allan, el hombre que tenía frente a mí, estuviese ayudando en la investigación de algo que Kathleen, la mujer que amaba, sabía que estaba involucrada.

—¿Quién es tu jefe? —exigí saber, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a nublar mi juicio.

Allan dirigió su mirada hacia el guardia vestido de negro, un gigante con una espalda ancha como una pared.

—He terminado —dijo Allan con una voz apagada.

El guardia, sin más, se acercó y lo tomó de las muñecas, llevándolo hacia la celda.

—¡NO! —grité, entrando en pánico. Corrí tras ellos y agarré el cabello de Allan, aferrándome a la última conexión que me quedaba. Pero lo que no esperaba era que el guardia metiera su codo en mi estómago.

—¡Hijo de put....! —el dolor se disparó a través de mí, tanto mental como físico, y no tenía una jodida definición para describirlo.

Me arrodillé en la salida de ese lugar putrefacto. Las lágrimas hirvientes brotaban de mis ojos, un torrente de emociones que no podía contener.

Hasta que escuché la voz suave que menos quería escuchar:

—Aaron. ¿Pasa algo?

Mis ojos se elevaron y me encontré con esa melena pelinegra perfectamente peinada, mirándome con preocupación.

—No siempre trabajaste para la policía, ¿cierto? —pregunté, la desconfianza apretando mi corazón.

Su cuerpo se tensó, como si hubiera tocado un nervio expuesto.

—Era estudiante hace tres años —respondió evasiva.

—No, Kathleen. ¿Quién cojones era tu jefe?

—No sé de qué hablas, Aaron.

—Allan habló, Kathleen. Trabajaste para la misma persona que él.

—No, eso no fue así —su voz temblaba.

—¿Entonces cómo fue? Ese era tu plan: conseguir mi confianza e intentar enamorarme —mis lágrimas caían más pesadas que nunca—. No me arrepiento jamás de haber distanciado mis sentimientos de ti. No eres Grether, y jamás lo serás.

Sin poder soportar más, corrí hacia mi moto. Me coloqué el casco y salí disparado.

La furia recorría mis venas, hasta el punto de que mi sien palpitaba con cada latido. Mis piernas temblaban y la autopista parecía un laberinto atestado de coches que solo contribuían a mi locura.

Aceleré al máximo, buscando la velocidad que me permitiera escapar de mis problemas.

La moto chocó. En ese instante sentí que mi cuerpo ya no dolía; cada gota de dolor y rabia se desvanecía poco a poco.

Escuché gritos lejanos mientras mis ojos se cerraban. El vacío me abrazó y me hizo más feliz que cualquier otra cosa en mi vida, excepto...

"Ella."

Una pelirroja preciosa estaba sentada frente a mí, con curvas tan perfectas como una guitarra cuyas notas deseaba tocar.

Escuché mi nombre varias veces en sus suaves labios, pero no respondí; quería ver hasta qué punto mi simple nombre podía hacerme sentir tan bien.

Sus labios carnosos se posaron sobre los míos y mis ojos se abrieron de par en par.

—Hola, buen novio —dijo con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.

Quería hablar, pero no podía abrir la jodida boca. Solo sonreí mientras las lágrimas caían por mis mejillas. Grether tomó mi rostro entre sus manos, esas manos que siempre recordaría al cerrar los ojos para dormir; su tacto era como una salida del mundo.

Aunque creo que literalmente salí del mundo.

Solo quería estar ahí, entre sus brazos, y olvidar absolutamente todo.

—Cariño, no puedes hablar ahora; estás al borde de la muerte —sus ojos bicolor se achinaron mientras me miraba con ternura—. He leído todas tus cartas. Debes dejarme ir, Aaron. En otra vida estaremos juntos; tendremos cinco hijos pelirrojos y de ojos verdes o bicolores, como desees —no quería escuchar esas palabras; no estaba preparado para eso—. Mereces vivir tu vida sin mí, cariño. No morí por tu culpa ni quiero que te pongas en peligro por este estúpido accidente.

Sacó de su bolsillo una flor con exactamente cinco pétalos y añadió:

—Cada pétalo representa a una persona a la que debes salvar, Aaron: los gemelos, Xavier, Félix... y la última debes adivinarla tú mismo. Despierta, Aaron.

<<No te vayas>>

<<Quédate a mi lado>>

<<Chica de ojos lindos>>

Cuando despierto mis pies no se mueven y uno de mis brazos está vendado. Siento un dolor fuerte en la cabeza y veo en la silla de al lado un chico pelinegro, llorando a mares, a su lado un chico rubio.

Gire la cabeza hacia mi mano restante y estaba con sueros o droga, sabrá dios.

Es imposible que mis hermanos estén juntos .

—Aaron.

Esa voz tan familiar hizo que mis sentidos se activaran completamente.

Era Egan, después de tres años.

—¿Que droga me están metiendo?

Ambos estallaron en carcajadas. Hoy, he vivido dos momentos en los que quisiera quedarme para siempre. Ojalá mis hermanos durarán para siempre.

—¿Están bien?

Egan e Ian se acercaron a mi y tomaron mis manos con fuerza.

—Hablamos Aaron—respondio Ian— lo encontré en mi cita con el psicólogo, fue a buscarnos.

—Hasta que tuviste el accidente — completo Egan.

Se veían tan distintos ahora, y pensar que de pequeño no los diferenciaba.

Egan tenía sus articulaciones delgadas al igual que Ian, solo que más definidas, tenía el cabello negro recogido en una cola de caballo mientras que Ian lo tenía corto por los lóbulos. Ambos tenían hoyuelos preciosos en las mejillas. Solo los diferenciaba un lunar. Ahora es absolutamente todo.

En medio de este melancólico momento entra por la puerta una cabeza pelirroja que conocía perfectamente. Mí ex cuñado y mejor amigo.

Venía con los ojos rojos de tanto llorar con su hijo en brazos.

—Eres un estúpido Aaron Peters

HUELLAS DE ENERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora