Presente

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  Un día normal en el reino de Álystor, se encontraba la casa de Eric Árstalon. Era un amanecer, y se asomaba sobre la ventana un hermoso crepúsculo. El viento era fresco y agradable, como si cada soplido te quisiese decir algo. Golpeaba con suma ternura, que te hacía sentir una tranquilidad grande. En eso, posaba un joven que tenía la visión hacía el horizonte, a aquel reino, mostraba una visión ostentosa y melancólica. Estaba extremadamente callado y serio, estaba atento a la pálida insinuación de la primera luz del amanecer. En la casa, no había ruido alguno que pudiera distraer al joven que miraba con tanta seriedad el sol por la mañana, pero el joven, ya no puede hacer nada por su bien. Sabía que ese silencio, era un silencio paciente e impasible. El joven estaba esperando con suma avidez a que sucediera lo que tanto esperaba. Como si anhelara a que ya sucediera lo peor para irse de este mundo terrenal y deshacerse de ese silencio. El silencio de un joven que espera la muerte.

En la casa, estaba aquel joven que miraba a través de la ventana, a simple vista, no se sabe qué edad tiene, pero se ve extremadamente joven, alto como un árbol, con manos extremadamente finas y grandes. Así como también unos dedos inmensamente largos, tiene el pelo negro fuerte como el abismo, una voz de barítono trotamundos, y unos ojos verdes intensos y distantes. Posaban una mirada tan penetrante y a su vez inescrutable. El joven yacía con el aire de resignación de quien ha perdido ya hace mucho toda esperanza de conciliar el sueño. Y cuando se movía, lo hacía con sutil certeza de quienes saben muchas cosas.

Era un mañana normal en la casa, y en ella estaba Brian, era el aprendiz de aquel joven que siempre estaba taciturno. Brian, se encontraba apoyado sobre la mesa de la cocina que era de caoba fina, recién levantado, hambriento y aburrido, se dirigió hacia la cocina para observar que alimento se podía preparar. 

 Al ver que no se le apetecía nada, exhaló y en eso, se fue a una de las amplias ventanas que tenía la casa. Se quedó allí de pie largo rato, admirando la calle y las majestuosas casas. Así como también los inmensos árboles que tenía el reino, después de admirar el paisaje que le ofrecía, dio un suspiro y regreso a la casa. En eso, empezó a pasearse por toda la casa con una sencillez, casi natural, con una indolencia sumamente de él. Pero cuando se pasó las manos por su cabello castaño, su gesto, reveló alguna clase de inquietud. Sus ojos cafés claros recorrían incesantemente la sala, como si hubiese algo que lo inquietara.
Pero no había nada nuevo, salvo a los mismos muebles vacíos, y entonces empezó a escuchar un ruido extraño, pero extrañamente, para él ya era familiar ese sonido. Entonces, Brian se echó a andar a la cocina y rápidamente se puso a abrir una botella de jugo de sidra y empezó a servirla velozmente en una copa. La sutileza de Brian era increíble, que hasta parecía que tenía engranajes de reloj dada a su precisión de movimientos. Escuchó los pasos más fuertes y sonoros, como si alguien estuviera bajando las escaleras, en eso, Brian se percató de quien era y saludó — ¡Buenos días Eric!­—dijo con tono jubiloso mientras saludaba—.
—Buenos días, Brian.
El joven que lo saludó estaba al pie de la escalera. Se pasó la mano con sus dedos largos por su barbilla, como si le agradara el hecho de que todo estuviese preparado.
—Han pasado días en la que tu atención me impresiona—repuso Eric—. Seguramente quieres obtener algo de mí. —Vaciló un momento; luego levantó la barbilla y olfateo el ambiente que daba la cocina—. ¿Es sidra añeja? —El tono de la pregunta era más de curiosidad que acusador.
—No—contestó Brian.
Eric arqueó una ceja.
—Estaba viendo que nos podríamos preparar para almorzar—puntualizó Brian—.
Eric, al estar distraído con el aroma, no escuchó bien lo que decía Brian.
— ¿Qué dijiste?—preguntó Eric—
— ¡Por Dios Eric! ¿Acaso tienes algún tipo de retraso y tengo que repetírtelo varias veces?—contesto con serenidad—.
Eric lo fulminó con la mirada.
—No—replicó Eric. Me hubiera gustado ayudarte, pero mis ganas en preparar todo contigo, me las has arruinado.
—No tienes por qué ponerte en esa posición Eric—miro hacia abajo contrito—. Yo solo fui natural, además, alégrate por qué en esta ocasión tengo una idea maravillosa para cocinar.
Eric se detuvo y empezó a pensar en algún plato agradable.
— ¿Tenemos carne, zanahoria, papa, tocino y carne molida?—preguntó Eric con gran placidez—.
—Err...—titubeó Brian— Dame oportunidad de checar en el sótano si contamos con todas esos alimentos por qué puedo estar seguro que falta la carne.
—Perfecto—contestó Eric—.
En la ausencia, Eric se quedó meditando de las palabras que Brian había dicho acerca de alegrarse, se quedó con las manos recostadas en la mesa de la cocina, y en eso sus ojos verdes intensos, se hicieron verdes opacos. Como si la palabra <<alegrarse>> le causara un golpe seco en su mente y corazón que por ende le daban un remordimiento espontáneo. Estaba viendo el pasado en sus ojos, parecía que viajaba en el tiempo, pero solo le causaba una nostalgia penetrante.
— ¡Eric!—grito Brian desde el sótano—.
Inmediatamente volvió a la realidad y contesto medio confundido, — ¿qué pasó Brian?—preguntó—.
—Al parecer sólo faltará la papa—gritó el aprendiz desde el sótano—.
Hizo un ademán quitándole importancia y suspiro— ¿ya checaste en los barriles que están junto las tinas?—preguntó—.
—Sí—contestó Brian—.
—Pues no estaría mal que fueras a pedir unas cuantas con Bruno—dijo Eric—.
—Está bien—contestó el aprendiz con cara de agobio—.
El maestro se quedó en la casa, empezó a preparar los ingredientes, empezó a cocer la carne a una temperatura gradual, cortó la zanahoria con una gran habilidad, puso el tocino en aceite hirviendo, y preparó un sartén para las papas. Pasado 10 minutos, abrieron la puerta de un gran empujón.
—Listo—dijo Brian mostrándole las papas—.

Álystor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora