Esa noche, después de que mi padre se fuera, la tensión en la casa seguía flotando en el aire como una nube gris, tan densa que casi podíamos sentirla en cada rincón. Mi madre, que normalmente era un pilar de paciencia, parecía estar al límite. Había algo en su expresión, una mezcla de tristeza y rabia, como si ya no pudiera seguir ignorando todo lo que habíamos estado soportando en silencio.
Nos quedamos en el salón, el sonido de la puerta cerrándose todavía resonando en nuestros oídos, mientras mi madre miraba hacia la nada, perdida en sus pensamientos. No podía soportar la idea de que otra vez todo fuera a seguir igual, que mi padre regresaría a la casa, se sentaría en el sofá, y se olvidaría de todo lo que pasaba a su alrededor, mientras nosotras luchábamos solas.
Fue entonces cuando mi madre se levantó, decidida, y caminó hacia la puerta, como si ya no pudiera quedarse más en ese lugar. Yo la miré, sorprendida, sin saber qué iba a hacer.
Mamá, ¿a dónde vas? -pregunté, temerosa de lo que fuera a pasar.
Mi madre me miró con una determinación en los ojos que nunca le había visto antes.
Me voy a enfrentar a él, hija. Esto no puede seguir así. Ya no más. -dijo, con la voz firme, casi desafiante.
Yo no sabía qué pensar. Siempre había sido ella la que mantenía la calma, la que soportaba todo con dignidad, pero ahora, parecía que el peso de todo lo que había pasado la había superado. Mi corazón latía con fuerza al imaginar lo que estaba a punto de ocurrir, pero al mismo tiempo, una parte de mí quería que finalmente pusiera límites, que dejara claro que no íbamos a seguir viviendo bajo ese techo, bajo esas reglas.
Corrí tras ella, pero antes de que pudiera detenerla, ella ya había abierto la puerta y estaba saliendo al pasillo, directo hacia la sala donde mi padre siempre se refugiaba.
Vi cómo tocó la puerta, y después de un breve silencio, la voz de mi padre se oyó desde el otro lado, arrastrada por el alcohol, como si no estuviera realmente allí.
¿Qué quieres ahora? -preguntó él, con un tono que dejaba claro que no esperaba ninguna conversación.
Mi madre respiró hondo, y luego, sin titubear, contestó.
Quiero que nos dejes en paz. Ya no quiero seguir soportando esto, ni yo, ni nuestras hijas. No voy a permitir que nos sigas tratando así.
El silencio que siguió fue pesado. Nunca antes había oído a mi madre hablar de esa manera, con tanta furia contenida, con tanta determinación. Era como si, en ese momento, todas las semanas de sufrimiento, de agotamiento y de dolor, hubieran explotado de una sola vez. La rabia que mi madre había estado guardando durante tanto tiempo por fin había encontrado su salida.
Pude escuchar el sonido de los pasos de mi padre acercándose a la puerta. El ruido de la madera crujir al abrirse resonó en todo el pasillo. Entonces, vi cómo mi padre apareció en la entrada. Su rostro estaba desencajado, y sus ojos vidriosos no lograban ver con claridad. Me asustó verlo de esa forma, como un extraño, un hombre que había perdido todo lo que una vez pudo haber significado algo para él.
¿De qué hablas, María? -dijo con una sonrisa torcida, como si lo que ella decía no tuviera ningún peso. -¿Quieres irte? Pues vete, ya no te aguanto más.
Mi madre no retrocedió ni un paso. La miró fijamente, como si estuviera mirando a un extraño. Y entonces, de repente, lo que había permanecido oculto por tanto tiempo, se rompió. Mi madre gritó, pero no fue un grito de desesperación. Fue un grito de desahogo, de liberación.
¡Sí! ¡Nos vamos! ¡Nos vamos de aquí, porque ya no podemos más!
Mi corazón se aceleró mientras la escena frente a mí se volvía más surrealista. Sabía que mi madre estaba tomando una decisión definitiva, pero no sabía qué consecuencias tendría. Mi padre, con esa actitud despectiva que ya había sido tan familiar, la empujó hacia un lado.
ESTÁS LEYENDO
A un Paso de la Muerte, Más Viva que Nunca: La Historia de Mi Resiliencia"
RandomUna historia que parece irreal,pero forma parte de mi vida...