Capítulo 4: "Los Días de Ausencia"

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La rutina en casa cambió drásticamente cuando mi madre empezó a trabajar largas horas fuera de casa. Aunque siempre había trabajado duro, ahora parecía más ausente que nunca, y no porque quisiera, sino porque no tenía otra opción. Había conseguido un empleo como ayudante en una fábrica de costura a las afueras del pueblo, un trabajo que apenas dejaba tiempo para respirar, pero que prometía un salario un poco más estable. Se iba al amanecer y regresaba ya entrada la noche, agotada y con las manos hinchadas por las largas jornadas.

La casa, en su ausencia, parecía vacía, como si una parte fundamental de nuestra familia estuviera perdida durante el día. Aunque mi madre intentaba compensarlo con amor y atención cada vez que estaba con nosotras, sus ojos delataban la culpa que sentía por no poder estar más tiempo en casa. Me decía una y otra vez:
-Lo hago por vosotras, para que tengan algo mejor.

Yo la entendía, o al menos intentaba hacerlo, pero había momentos en los que deseaba que simplemente se quedara. Sin embargo, también sabía que eso no era posible. Así que asumí el papel que creía necesario: cuidar de mi hermana y mantener la casa mientras ella luchaba fuera por darnos lo mejor que podía.

Mi padre, mientras tanto, seguía siendo un reflejo borroso de lo que había sido. Sus días estaban marcados por la rutina de visitar los bares del pueblo, donde pasaba horas frente a las máquinas tragamonedas. A veces, llegaba a casa con los bolsillos vacíos, otras con una botella en la mano y una expresión que mezclaba frustración y derrota. Era difícil no resentirlo, especialmente cuando veía todo lo que mi madre sacrificaba por nosotras mientras él parecía hundirse cada vez más en sus vicios.

A pesar de su ausencia emocional, de vez en cuando intentaba involucrarse en nuestras vidas. Había momentos, aunque pocos, en los que trataba de cuidar a mi hermana mientras yo iba a la escuela. Pero su paciencia era limitada, y más de una vez regresé a casa para encontrarla llorando sola en su cuna, mientras él dormía en el sofá. Aquellas escenas me rompían el corazón, pero también me llenaban de una determinación que no sabía que tenía: no iba a dejar que mi hermana sufriera por los errores de los adultos que nos rodeaban.

Así, mis días comenzaron a dividirse entre la escuela por las mañanas y el cuidado de mi hermana por las tardes. A pesar de que mi tiempo era limitado, intentaba hacer todo lo posible para que mi hermana estuviera bien. Aprendí a preparar sus papillas, a jugar con ella para distraerla cuando extrañaba a nuestra madre, e incluso a cantarle canciones inventadas cuando se despertaba llorando en medio de la noche. A veces, cuando lograba hacerla reír, sentía que todo valía la pena, que esos pequeños momentos de felicidad eran suficientes para mantenernos a flote.

Las noches eran las más difíciles. Mi madre llegaba agotada, con los ojos hundidos y el cuerpo pesado por el cansancio. A veces ni siquiera tenía fuerzas para cenar; se sentaba junto a nosotras, escuchando mis relatos del día y acariciando la cabeza de mi hermana antes de quedarse dormida en la silla. En esos momentos, me daba cuenta de lo mucho que estaba sacrificando por nosotras, y aunque me dolía verla así, también sentía un profundo respeto por su fortaleza.

Sin embargo, había días en los que todo parecía demasiado. Las responsabilidades me pesaban, y aunque trataba de ser fuerte, no dejaba de ser una niña. Hubo tardes en las que me sentaba frente a la cuna de mi hermana con lágrimas en los ojos, sintiéndome abrumada por la soledad y el miedo. Pero cada vez que ella me miraba con sus grandes ojos curiosos o me regalaba una sonrisa desdentada, algo en mi interior se encendía. Era como si, a pesar de todo, me recordara que no estaba sola, que juntas podíamos superar cualquier cosa.

Mi madre también notaba mi cansancio. Una noche, después de acostar a mi hermana, me llamó a la mesa y me habló con una voz suave pero firme:
-Sé que estás haciendo más de lo que te corresponde, hija. Y sé que no es justo.

A un Paso de la Muerte, Más Viva que Nunca: La Historia de Mi Resiliencia"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora