Con la llegada del verano, las cosas comenzaron a cambiar de una manera que nunca imaginé. Era como si la vida, después de tanto tiempo, decidiera regalarnos una oportunidad para vivir algo nuevo, algo que nos llenara de esperanza. Fue entonces cuando mi madre nos dio la noticia: íbamos a hacer un viaje a Marruecos. Yo tenía solo ocho años, y aunque no entendía del todo lo que significaba viajar tan lejos, la emoción era contagiosa. Mi madre nos hablaba con entusiasmo, contándonos sobre los lugares que visitaríamos, las comidas que probaríamos y la familia que conoceríamos.
El día del viaje, la casa estaba llena de un revuelo que no se parecía a nada de lo que habíamos vivido antes. Mi hermana corría de un lado a otro con su maleta, mientras yo intentaba meter todos mis juguetes favoritos en una bolsa que apenas cerraba. Mi madre, aunque parecía cansada, tenía en el rostro esa expresión de ilusión que la hacía parecer más joven. Era la primera vez que hacíamos algo como esto, y su energía nos envolvía a todos.
Cuando llegamos a Marruecos, el calor nos abrazó de inmediato, pero no era un calor desagradable, sino uno que parecía anunciar la vida vibrante que nos esperaba. Las calles estaban llenas de colores: rojos intensos, azules profundos, y el ocre de las casas que parecían fundirse con el paisaje. Había un olor en el aire que nunca había sentido antes, una mezcla de especias, dulces y algo que no podía identificar, pero que me hacía sentir curiosidad.
Nuestra primera parada fue en casa de unos primos que no conocíamos. Ellos nos recibieron con abrazos fuertes, como si fuéramos parte de su vida desde siempre. Recuerdo que en la mesa había platos que parecían obras de arte: un tajine humeante con cordero y ciruelas, ensaladas frescas llenas de colores, y pan crujiente que se servía en bandejas enormes. Mi madre, que siempre había sido discreta en la mesa, comía con una sonrisa amplia, dejando atrás cualquier rastro de la mujer que había soportado tanto dolor.
En los días siguientes, exploramos los zocos, esos mercados llenos de vida donde cada esquina parecía contar una historia. Había puestos con telas brillantes, lámparas de vidrio que reflejaban la luz como pequeños arcoíris, y especias apiladas en montañas perfectas. Mi hermana y yo no podíamos dejar de tocar todo, maravillados por la textura suave de las alfombras y los sonidos de las campanas que colgaban en algunos de los puestos.
Una tarde, nos llevaron al desierto. Recuerdo que subimos a unos camellos que nos miraban con indiferencia mientras los niños corrían a nuestro alrededor, riendo y hablando en un idioma que apenas entendíamos. El sol caía lentamente, tiñendo el cielo de un naranja intenso. Mi madre se quedó en silencio, mirando el horizonte, y por un momento sentí que estaba completamente en paz.
La comida fue, sin duda, uno de los mayores descubrimientos. Cada día probábamos algo diferente: pastilla, ese hojaldre relleno de pollo y almendras con un toque de azúcar que parecía una mezcla de dulce y salado que no debería funcionar, pero era perfecto; los brochettes, que eran simples pero llenos de sabor; y los dulces, esos pequeños bocados de miel y almendras que se derretían en la boca. Mi hermana y yo competíamos por ver quién comía más, aunque siempre acabábamos compartiendo todo.
Pero lo mejor de todo fue la sensación de pertenecer. La familia nos rodeaba con una calidez que no habíamos sentido en mucho tiempo. Había risas, canciones, y esas conversaciones largas alrededor de la mesa, donde las historias del pasado se mezclaban con sueños para el futuro. Marruecos no era solo un lugar nuevo; era un recordatorio de que, aunque habíamos pasado por tanto, aún había belleza en el mundo, aún había amor.
Cuando llegó el momento de regresar, sentí una tristeza que no esperaba. Había aprendido a amar los colores, los olores y las personas de ese lugar. Pero, al mismo tiempo, me di cuenta de que algo había cambiado en nosotras. Mi madre estaba más ligera, más segura, y mi hermana y yo éramos más felices, más unidas. Marruecos no solo había sido un viaje; había sido un nuevo comienzo, una prueba de que podíamos construir una vida llena de momentos hermosos, incluso después de todo lo que habíamos vivido.
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A un Paso de la Muerte, Más Viva que Nunca: La Historia de Mi Resiliencia"
DiversosUna historia que parece irreal,pero forma parte de mi vida...