Capítulo 6: "Ecos de Silencio y Lucha"

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Los días parecían repetirse, y aunque mi madre se iba recuperando lentamente, la situación en casa no mejoraba. Mi padre, a pesar de los breves momentos de arrepentimiento que mostraba de vez en cuando, se estaba hundiendo más y más en su propio dolor y alcoholismo. Comenzó a llegar aún más tarde, y cuando lo hacía, su presencia llenaba la casa con una energía densa, pesada, como si cada paso que daba dejara una sombra aún más grande sobre nosotros.

Una noche, después de que Esperanza se había dormido y yo estaba sentada en la mesa, terminando de estudiar y organizando las cosas para el día siguiente, mi padre entró en la casa de una manera más estruendosa de lo normal. Pude oírlo desde la calle, su caminar vacilante, las llaves cayendo al suelo con el sonido metálico que siempre me ponía nerviosa. Al principio, traté de hacer como si no lo hubiera oído. No quería que esa tensión se notara más de lo necesario.

Pero esa vez algo en él parecía diferente, más alterado. Entró directamente a la sala sin saludar, soltando una serie de insultos a medias mientras se tambaleaba por la casa. Sabía que algo iba mal.

¡¿Qué es esto?! ¡¿Por qué no está la comida lista?! –gritó de repente, su voz ronca y agresiva.

Mi madre se levantó lentamente de la silla, como si el simple hecho de moverse le costara más de lo que podía soportar. Yo estaba tensa, con los nervios a flor de piel. No me atreví a decir nada, solo observaba en silencio mientras mi madre intentaba calmarlo.

No estoy bien, Juan, estoy descansando. Te dije que no me siento bien –le respondió mi madre, su voz cansada pero firme.

Mi padre, sin embargo, no parecía escucharla. Su mirada estaba fija en ella, y el rencor parecía acumularse en cada palabra que salía de su boca.

¡Siempre estás descansando! ¡Nunca haces nada! –exclamó con desprecio, dando un paso hacia ella.

Mi madre trató de mantener la calma, pero el tono de mi padre era demasiado feroz. Yo sentí una oleada de pánico recorrerme, mis manos se empezaron a sudar mientras me levantaba lentamente, sin saber qué hacer.

Papá, por favor, cálmate… -dije en un susurro, pero mi voz se perdió en el aire.

Él me miró con furia, como si no me hubiera oído. Se volvió hacia mí, y su expresión se tornó aún más amenazante.

¡Y tú, niña! ¿Por qué no haces algo útil en vez de quedarte allí haciendo nada? –su voz era un rugido.

Mi madre intentó interceder, pero él la empujó bruscamente hacia un lado, ignorando su intento de detenerlo. No sabía qué hacer. Sentí miedo, miedo de que algo peor ocurriera, pero algo dentro de mí también se encendió.

¡Papá, basta! ¡No puedes tratarnos así! –grité, mis palabras salieron con fuerza, quizás más de la que yo misma esperaba.

Mi padre me miró fijamente, sus ojos llenos de furia, y por un momento, pensé que iba a golpearme. Podía ver su rabia, esa violencia contenida que se desbordaba cada vez más. Pero en lugar de eso, soltó una carcajada amarga.

¡Mira quién habla! La niñita que quiere ser la madre de todos. –su tono era cruel, y cada palabra me golpeaba como un puño.

Mi madre estaba completamente desconcertada, y vi su mirada de miedo, su cansancio profundo. Pero en ese momento, me di cuenta de algo. Mi padre no solo nos estaba fallando a nosotras, también lo hacía a sí mismo. Estaba tan perdido en su propia oscuridad que no podía ver el dolor que nos causaba.

No vamos a quedarnos calladas, papá. Ya basta –dije, con una firmeza que no sabía que tenía.

Hubo un largo silencio. Mi padre nos miró a las dos, su rostro contorsionado en una expresión de odio y desesperación. Luego, se dio la vuelta, gruñendo por lo bajo, y salió de la casa, dejando una atmósfera densa que me pesaba sobre el pecho. Mi madre se dejó caer en la silla, exhausta, sin poder contener las lágrimas.

A un Paso de la Muerte, Más Viva que Nunca: La Historia de Mi Resiliencia"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora