Habían pasado tres días desde nuestro último encuentro, y no habíamos vuelto a cruzarnos desde entonces. Después de salir de la cocina aquella noche, me fui a casa con la firme intención de descansar y dejar las cosas claras conmigo misma. Alessandro y sus desplantes de celos no me iban a afectar... o al menos eso intentaba decirme.
Esta mañana, sin embargo, no tuve alternativa. El personal estaba en una capacitación de técnicas culinarias con Alessandro. Era algo que él solía hacer para mantenernos actualizados en las últimas tendencias, y aunque intenté ignorar la invitación, sabía que no asistir no era una opción.
Entré en la sala y me senté al fondo, cruzando los brazos y evitando mirar hacia donde estaba él. Alessandro, en cambio, parecía no tener problema en ignorar la tensión en el ambiente. Comenzó la sesión con una técnica de marinado llamada marinado al vacío con infusión de hierbas, explicando con profesionalismo cada paso, sin dar señales de que nuestra última conversación le afectara.
—Para lograr un marinado adecuado —dijo, sosteniendo una pechuga de pollo con una mano—, debemos frotar la carne cuidadosamente, permitiendo que las fibras se abran y absorban mejor el sabor. Al sellar al vacío, el marinado se infunde en la carne de manera más profunda y uniforme.
Sus manos se movían con una precisión impecable, y, a pesar de mis intentos de no mirarlo, mi mente comenzó a deslizarse. Recordé cómo esas mismas manos me habían tocado con la misma intensidad en aquella noche.
Sin darme cuenta, me ruboricé. La imagen de él acariciando el pollo, deslizando sus dedos con lentitud, hacía que mis pensamientos volaran a lugares indebidos. De pronto, como si supiera lo que estaba pasando por mi mente, Alessandro levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. Había un brillo desafiante en su mirada, y, por un segundo, juré ver una sonrisa apenas disimulada.
Sin apartar la vista, continuó frotando la marinada sobre la pechuga con una lentitud irritante, usando solo dos dedos. ¿Lo está haciendo a propósito? pensé, sintiendo cómo el rubor se intensificaba. Pero él no rompió el contacto visual. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. Lo sabía.
Respiré hondo, intentando concentrarme en la técnica, pero era imposible. Cada movimiento de sus manos parecía un recordatorio deliberado de lo que habíamos compartido. Su postura profesional apenas ocultaba la atracción que ambos intentábamos ignorar.
La capacitación terminó, y mientras todos comenzaban a salir de la cocina, me dirigí a la puerta. Sin embargo, una voz firme detrás de mí me detuvo.
—Juliana, quédate. Necesito asegurarme de que realmente comprendiste la técnica, te vi muy distraída—ordenó Alessandro con ese tono autoritario que parecía disfrutar.
Suspiré, girándome con una expresión de fastidio.
—Claro, no tengo ningún problema en quedarme —respondí, intentando parecer tranquila. Sabía que dominaba la técnica perfectamente, pero decidí no discutir. Me acerqué a la estación de trabajo, me subí a la base para alcanzar el mesón y coloqué la pechuga de pollo en la superficie. Comencé a aplicar la marinada, mis manos moviéndose con fluidez. Podía sentir su mirada fija en mí, pero me mantuve tranquila, decidida a no darle el gusto.
—No es exactamente lo que te enseñé —murmuró de repente, acercándose demasiado.
Antes de que pudiera responder, se colocó detrás de mí. Su cercanía me envolvió como una tormenta, y sin darme opción de alejarme, tomó mis manos entre las suyas, guiándome. Sentí su respiración cálida en mi cuello, y mi ritmo cardíaco comenzó a acelerarse.
—Así —susurró en mi oído, su voz baja y grave mientras movía nuestras manos sobre el pollo—. La clave está en la presión... y en el control.
El aire parecía cargarse con electricidad. Mi mente estaba nublada, y su proximidad hacía que fuera imposible concentrarme.
—¿Dime Juliana, sabes lo importante de que esté bien mojada? —preguntó, su tono lleno de insinuación.
No respondí. Mis labios estaban sellados, pero mi cuerpo, traicionero, reaccionaba a cada palabra.
—Responde, leoncita —insistió, su voz acariciando mi oído con sus labios, como un fuego lento.
—No lo sé —mentí, solo para escuchar más.
Una sonrisa peligrosa apareció en su rostro.
—El sabor será más exquisito... igual que tú.
El calor de sus palabras atravesó cada fibra de mi cuerpo. Sentí cómo sus labios rozaron mi cuello. Mis manos temblaron bajo las suyas, pero no apartó sus labios. Me besó el cuello lentamente, sentí como esa zona y mi espalda se erizaban, el mundo a mi alrededor pareció desvanecerse.
—¿Estás mojada como nuestras manos? —murmuró, su tono cargado de deseo.
—Sí —jadeé, incapaz de mentir.
El sonido de mi respiración lo incitó más. Sentí su dureza contra mi espalda, y mi cuerpo entero respondió al contacto. No sabía dónde terminaba la lección y dónde comenzaba el deseo descontrolado.
— Quiero tocarte—.
Apretaba mis manos mientras hablaba a mi oído.
De repente, la puerta de la cocina se abrió, y Laura apareció con su sonrisa habitual.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, fingiendo inocencia.
Alessandro dio un paso atrás, su expresión volviendo a ser fría como el hielo. Bastardo. Su capacidad de cambiar tan rápido me dejó desconcertada y molesta.
—No, nada importante —respondió, antes de salir de la cocina como si nada hubiera pasado.
Me quedé allí, con el sabor de sus palabras y el vacío de su partida quemándome por dentro.
Sabía que se estaba vengando por como lo dejé aquella noche. Lo que él no sabía es que yo también sabía golpear bajo y es vez solo fue una probadita.
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Chanfle!!!! Creo que cuando vea una pechuga de pollo imaginaré cosas 🫠... ¿quién más siente la tensión entre estos dos?Laura que inoportuna te detexsssstoooo.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef brillante con un ingenio tan afilado como sus cuchillos, pisa el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, no imagina que está a punto de enfrentarse a su desafío más grande. Alessandro, el chef italiano cuya perfe...