Crónicas de un Asesino *GANADOR en #PGP2024*

𝐋𝐚 𝐜𝐚í𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐢𝐫𝐠𝐞𝐧

Nuevo día, nuevas contiendas y el mismo infortunio. No pretendo ser pesimista, pero comienzo a extrañar el aire puro de aquellos pueblos remotos. Desde mis primeros días acá ya estaba aburrido de estos aristócratas panzones con delirio de Sócrates y vocabulario renacentista. Su espíritu de grandeza escasea de realidad. Aunque es muy chistoso matar el tiempo con ellos, pues pude conseguir una conclusión: mientras más viejo y feo es el tipejo, más hermoso es el bombón que lo escolta, lo cual hace alusión a su gran fortuna. Una de ellas en particular, Miss Avellaneda, como se hace llamar, me encaja esa mirada fogosa siempre que nos encontramos y no deja de preguntar que encuentro de divertido a sentarme a charlar con pensionistas millonarios. Más de una vez ha deslizado su mano por mi entrepierna y se sonroja descaradamente cuando comienza a notar el bulto en mi pantalón. Aun así, he dejado que haga uso de sus dotes de seducción para evitar que el señor Avellaneda eche sus perros de caza sobre mí.

Tras mis andares por estas plazas y callejones he descubierto una panadería; inicialmente me atrapó el olor dulce del pan recién hornado que siempre tiene impregnada a toda la vecindad. Sin embargo, luego de pasarme cada mañana, creo que me he hecho de un buen amigo. Paco, un hombre cansado y tullido por la artritis pero soberbio y malhumorado casi siempre. Me detesta tanto que comienzo a creer que conoce de mis andanzas, no muy patrióticas para ser sinceros. Cuando el alba aparece, ya está listo para abrir y a penas aparezco, me saluda con un cordial portazo en las narices, dejando en claro que está cerrado, para mí. El aroma de sus hogazas me atrajo, pero fue su hermosa ayudante lo que me volvió cliente habitual. Cristina, una chica que ronda los veinte, es la primera hija de mi ilustrado amigo. Aquel viejo de setenta años no había conseguido fecundar en su era de testosterona abismal, por lo que ahora cuida aquel retoño como un tesoro precioso, y yo, como cruel pirata conquistador, planeo arrebatárselo en su cara. No todo es malo, luego de que su esposa falleciera, Cristina, se volvió la razón por la que Paco sigue vivo, soportando dolores de lumbar y huesos chamuscados. Es mi propósito hacer el bien para que el amable viejuco se decida de una vez pasar a mejor vida.

En varias ocasiones he aprovechado que el panadero se ha decidido a salir y dejar a cargo a Cristinita, quien cada vez que me ve llegar comienza a empacar mi pedido de siempre con una sonrisa tímida. Esta mañana, cuando solo estaba por pasar de largo, levantó su mano y comenzó a revolotearla en lo que supuse era un saludo.

— Buen día, señorito— dijo con voz dulce pero exaltada.

— ¿Parecía que me saludabas y por eso entre, está tu padre?— repliqué sin darme cuenta de mi descortés respuesta hasta que vi su rostro con una ceja arqueada esperando que arreglase aquello— Perdón debí saludar primero, es que ya sabes como es Paco yo le tengo mucho respeto, buen día, Cristina hermosa, el sol no ha vuelto a salir hoy por culpa de tu belleza, dice que lo opacas— asentí cordialmente esperando que mis halagos tapizaran un poco mi curiosidad por saber si estábamos solos.

— Usted siempre con sus piropos raros, jajaja, pues sí, mi padre ha tenido que irse por unos días para el funeral de una tía en Aranjuez— era el momento perfecto y estoy seguro de que ella me lo contaba por lo mismo.

— Es un poco peligroso dejar a una jovencita tan bella sola en estos lares llenos de viejos mojigatos en búsqueda de donar su fortuna. Y ahora que he dicho esto, la he visto antes hablar con don Benedicto— quizás por celos, quizás por indagar. Dejé salir un suspiro de negación y la miré directamente a los ojos.

— Pues si, mi padre ha decidido comprometerme con él, estuvimos arreglando algunos detalles para la boda, pero se ha pospuesto hasta el regreso de mi padre— su mirada se ahogaba cada vez más en un mar de lágrimas retenidas mientras contaba y yo solo observaba sus manos temblorosas y descubría la silueta que ocultaban aquellas telas de seda.