A primera hora de la mañana, antes de ir a clase, Emma se presentó en la comisaría con Nadia y Francis.
Pese a que todos se habían enterado de lo que le habían hecho a Jacqueline –o quizá precisamente por eso- sus amigos estaban resueltos a declarar y ella no iba a ser menos.
Sabía de sobra que los iba a decepcionar y que le esperaba un buen rapapolvo, con razón, pero lo tenía asumido. Ya no podía seguir mintiéndoles. Eso habría sido mezquino.
Por lo menos, la consolaba saber que había logrado ayudar, aunque solo fuera un poco. También se había metido en algunos líos, pero eso no era novedad en ella.
Esperó impaciente mientras sus amigos estaban dentro. Kevin se apiadó de ella y le ofreció un café y unas galletas -que apenas pudo comer por los nervios-, cosa que le agradeció.
Sin embargo, cuando intentó obtener un poco de información acerca de las últimas pesquisas que habían hecho, este se cerró en banda. Axel lo había aleccionado bien y le daría una buena si se iba de la lengua.
—Ah, no señorita embaucadora, no te voy a decir ni una palabra —advirtió, tajante.
Aun así, echó mano de sus mejores dotes de persuasión para ablandarlo y compuso una expresión lastimera.
—Pero, Kev, solo...
Se interrumpió cuando la puerta se abrió de súbito y una Nadia llorosa pero aliviada -junto con un Francis más resuelto que nunca- salieron, dedicándole una mirada de disculpas. No les había quedado más remedio que confesar, porque Axel y Dalia ya se olían que no habían hecho aquello solos, sino con ayuda de su pequeña lianta.
Tras dedicarles una sonrisa cargada de orgullo a sus amigos, se puso en pie y cual cachorrito que sabe que va a ser regañado, hizo un mohín y alegó:
—Hola, yo también tengo algo que contaros.
—Maldita sea, Emma, ¿qué te dijimos sobre lo de seguir investigando por tu cuenta? ¿Sabes el peligro que has corrido todo este tiempo? —estalló Axel, apenas la joven hubo terminado de relatarles con pelos y señales todos los riesgos que había corrido sin que ellos fueran conscientes.
Ni siquiera sabía cómo había podido contenerse tanto. Pero lo que más rabia le daba era no haberlo sospechado y más conociéndola tan bien como lo hacía. Debería haber imaginado que no se quedaría quieta.
Y aunque quería enfadarse con ella por haberse jugado el tipo de ese modo, no podía. Eran demasiado parecidos.
—Debiste haber acudido a nosotros, cariño —añadió Dalia, siempre conciliadora.
Sí, la aterraba que se hubiera expuesto de esa manera y sobre todo pensar en lo que podría haberle ocurrido, pero nada ganaría con recriminarle su impulsividad. Principalmente, porque sus intenciones eran buenas.
—Lo siento, no lo hice porque no pude obtener ninguna prueba de peso y sabía que si os lo contaba, cuando los interrogarais se darían cuenta y estarían sobre aviso. Podrían haber destruido el USB —les explicó Emma, cabizbaja. Sabía que estaban molestos y lo entendía.
—¿Y dónde está ahora? —inquirió Dalia, guiñándole un ojo como diciéndole que el tema estaba zanjado. Eso la animó un poco. No se merecía tanta consideración.
—Lo tienen en casa, escondido dentro de una máscara de payaso —les contó lo que le había dicho Nadia, deseando fervientemente que todavía estuviera allí. Porque, de lo contrario, no tendrían nada.
—Bien, nosotros nos encargaremos. No hagas nada más, te lo pido por favor.
Y Axel muy raras veces solía rogarle a nadie. Que lo hiciera ya decía mucho de cuánto la quería.
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La ciudad que se tiñó de escarlata © PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO #2 saga diabolus]
Mistério / SuspenseSEGUNDA PARTE DE "LA CARA OSCURA DE NUEVA ORLEANS"