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Los dos coches patrulla sortearon el tráfico de Nueva Orleans como un par de bólidos.
No había tiempo que perder.
Aunque sabían que era poco probable que el asesino (o asesinos) siguiera en la escena del crimen, tenían que peinar la zona al milímetro.
No tenían esperanzas de sorprender a nadie por las inmediaciones, pues era seguro que con todo el tiempo que había pasado el asesino ya habría huido. Igual que quien los había alertado con aquella llamada anónima, si es que no se trataba de la misma persona. Algo que Axel no descartaba, pues probablemente el perpetrador poseía una mente tan retorcida que no iba a dejar pasar la oportunidad de jugar con ellos.
O intentarlo. Porque tarde o temprano, iban a cazarlo como al animal que era.
Dalia estaba inquieta. Todo aquello le daba mala espina y no podía evitar sentirse culpable por el hecho de que otra vida había sido arrebatada en la ciudad sin que ellos hubieran podido evitarlo.
El sentimiento de impotencia era algo que no lograba dejar de lado en casos de aquella índole, por más que eso le afectara a título personal. Se sentía en deuda con los ciudadanos de Nueva Orleans, a quienes había jurado proteger.
Pero ella no era Dios y por desgracia había cosas que no se podían evitar.
Una mano cálida y masculina se posó sobre la suya, que reposaba sobre la funda de su arma reglamentaria y su expresión taciturna se suavizó al comprobar que se trataba de Axel, dándole ánimos con su presencia imponente como de costumbre.
Era sólido como una roca, tan controlado y seguro de sí mismo que le daba envidia...casi tanto como lo admiraba. Y lo amaba.
Formaban el dúo perfecto. Eran un equipo tanto a nivel profesional como personal, pues su relación se había ido afianzando de una manera increíble los últimos meses...a pesar del infierno que había pasado la joven inspectora tras la pérdida de su mejor amiga.
— Quiero que acordonéis la escena en cuanto lleguemos. Bastante habrá influido ya el entorno a contaminarla — comentó Axel, molesto.
— ¿Crees que lo ha hecho a conciencia? — Pidió su opinión Dalia, aunque para ella estaba claro.
— Por supuesto. Es meticuloso, no habría dejado algo como eso al azar. Quiere que bailemos al son que nos dicta, eso le hace sentir superior y poderoso — replicó, coincidiendo con ella como de costumbre. Ambos sonrieron con complicidad.
— O alguien con delirios de grandeza. Se cree intocable, porque un ser superior guía sus acciones. Es un intermediario. Pero sí, el trastorno narcisista podría estar involucrado también.
Axel ya lo estaba perfilando. Algunos viejos hábitos nunca morían.
— ¿Qué hay de Emma? ¿Está en casa, a salvo? — preguntó, esperando de corazón que así fuera.