El obispo vivía en una casa colonial que evocaba a otra época, más grande que la de los Duchamp y también más llamativa en cuanto a su arquitectura y colores vistosos. Tanto así que resaltaba frente a todas las propiedades vecinas por su excesiva ostentosidad.
Era un hombre al que le gustaban los lujos, un precepto que no estaba precisamente muy en consonancia con lo que predicaba la iglesia. Pero claro, después de lo que aquella carta insinuaba parecía que no era tan santo como le gustaba aparentar.
De lo contrario, ¿qué secreto podrían guardar ambos con tanto celo?
—¿Crees que sabía lo que Marguerite le hacía a Siloh? —le preguntó Dalia a un Axel que conducía a toda pastilla. Si seguía así iban a tardar menos de cinco minutos en llegar.
—Me da a mí que no solo lo sabía, sino que también participaba. Y no creo que fuera solo con él. Maldito enfermo —espetó, con los nudillos blancos por la presión que estaba ejerciendo sobre el volante.
—Es terrible...no me explico cómo esto pudo suceder durante tantos años y que nadie hiciera nada —Dalia no daba crédito.
—No creo que fuera la única que hacía aquello, pero claro ya estaba muerta y a las demás monjas les resultó más fácil echarle la culpa solo a ella de todo. A fin de cuentas, no había más pruebas que el testimonio de las víctimas y solo dos testigos declararon. Únicamente se las juzgó por malos tratos y negligencia y como todas eran unas viejas decrépitas ninguna fue a la cárcel —soltó Axel, con el estómago revuelto ante semejante injusticia.
Dalia estaba a punto de abrir la boca para darle la razón cuando su móvil sonó. Era de la comisaría, así que descolgó de inmediato.
La conversación apenas duró un par de minutos, pero Axel no pudo evitar echarle un fugaz vistazo cuando la vio abrir mucho los ojos para poco después preguntarle si estaba seguro de lo que le estaba diciendo.
La respuesta debió de ser afirmativa, porque asintió y le dio las gracias para colgar poco después. Soltó un suspiro y al percatarse de que la estaba mirando, a la expectativa, lo puso al tanto.
—Era Kevin. Dice que ya han terminado de revisar las cámaras y que Victoria salió a hurtadillas de su casa alrededor de las doce y media. Se fue a pie, toda vestida de negro y en actitud vigilante, parecía incluso nerviosa. Pero hay más. No te lo vas a creer.
Ni ella misma era capaz de hacerlo. Aquello la había tomado completamente por sorpresa.
—¿Qué? —la urgió Axel, empezando a ponerse ansioso.
—Diez minutos después, un coche la recogió en la gasolinera que está al final de la calle. Al volante iba Meghan Reed.
Axel dio un frenazo brusco que provocó que la inspectora tuviera que agarrarse al reposabrazos y lo fulminara con la mirada.
—Lo siento, la verdad es que esperaba cualquier cosa salvo eso —admitió. Meghan iba a tener que darles muchas explicaciones, pero todo a su tiempo. —Bueno, cuando terminemos con el obispo nos acercamos a hacerle una visita. Trabajo no nos falta, eso desde luego —se quejó, aunque era pura fachada. Dalia sabía que no era un hombre que pudiera estar sin hacer nada.
—No nos pagan lo suficiente —bromeó para distender el ambiente y funcionó, porque lo hizo reír.
No obstante, les duró poco el buen humor, porque cuando les quedaban tan solo un par de minutos para llegar se toparon con un grupo de vecinos que les hacían señas desde sus jardines, apiñados en un corro de por lo menos veinte personas, entre los cuales había niños que lloraban y ancianos.
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La ciudad que se tiñó de escarlata © PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO #2 saga diabolus]
Misteri / ThrillerSEGUNDA PARTE DE "LA CARA OSCURA DE NUEVA ORLEANS"