Dos sonidos repentinos frenaron a Io en plena carrera. El estridente graznido de las bocinas de un vehículo. Y el alarido de Alex:
—¡Cade!
El último hizo virar a Io sobre su hombro, alarmado, pero no pudo dar más que un cuarto de vuelta cuando la visión del automóvil que se acercaba a toda velocidad por su costado terminó de paralizarlo.
Sabía que debía saltar, avanzar, retroceder, moverse..., algo. Lo que fuera. Mas los miembros helados no se lo permitieron.
Todo a lo que su cuerpo obedeció fue al reflejo de levantar las manos frente a su rostro, como si de esa manera, con fuerza sobrenatural sacada de algún lugar insospechado, fuese a conseguir detener la máquina. La parte más racional de él le forzó a cerrar los ojos.
Y por último, un tercer sonido. Su nombre, en un grito desesperado y jadeante:
—¡¡Io!!
Justo después vino el golpe. Lo primero que sintió fue el corte abrupto del aire en su sistema y el entrechoque brutal de todos sus huesos ante una fuerza más grande y arrolladora. El impacto lo despegó del suelo y sintió que volaba por unos instantes. Inmediatamente después vino el aterrizaje con lo que, en la vorágine de estímulos y sensaciones violentas, creyó que debió ser el pavimento, pero que le pareció que no era lo bastante duro para serlo.
Pero no se terminó allí.
El suelo desapareció por uno de sus costados con una sensación vertiginosa y se sintió rodar varias veces, primero sobre algo suave, y luego sobre lo que ahora sí identificó como el concreto, el cual cada media vuelta le arañaba los brazos y le incrustaba piedrecillas en la piel con aguijonazos.
Los giros se detuvieron de golpe; en el último su cabeza azotó contra la superficie dura; y entonces el tiempo pareció detenerse.
No hubo dolor al comienzo. Sus sentidos se habían nublado momentáneamente y era presa de una aplastante oscuridad en la que solo era consciente del palpitar desbocado en su pecho y del pitido agudo e insistente en sus oídos. La cabeza le daba vueltas como si aún estuviese girando. Le faltó la respiración y aspiró una gran bocanada de aire, pero algo grande pesaba encima de él y no le permitió tragarla. Tampoco podía moverse; sus brazos se hallaban pegados a su propio cuerpo como obra de una gravedad inescapable.
Luchó para abrir los ojos; parecía que hubiese olvidado cómo hacerlo, y los párpados le pesaron en cuanto lo consiguió. Lo vio todo negro primero, y su visión retornó de a poco, primero en forma de chispazos de luz, y después como imágenes borrosas que comenzaron a cobrar sentido de a poco. Al mismo tiempo, el pitido en sus oídos se fue mitigando.
Cuando su vista se aclaró, vio de inmediato sobre sí el azul opaco y enfermizo del cielo de la tarde. Se hallaba de espaldas, de cara al mismo. Después miró hacia un costado y vio que estaba en un sitio por completo diferente al de antes de cerrar los ojos. Se parecía al parque en el que habían estado hacía solo unos minutos. Se fijó entonces en que estaba recostado al pie de los escalones que ascendían hasta la calle. Dos figuras aparecieron entonces en la cima. Io los vio a contraluz, pero en cuanto se aproximaron, descendiendo los escalones a la carrera, reconoció el rostro horrorizado, enmarcado de cabello color trigo de Alex, y la expresión siempre seria de Nathan, desfigurada de terror de una manera en que jamás se hubiese imaginado que podría llegar a torcerse.
Todavía no era capaz de respirar con normalidad; aquel peso sobre su pecho se lo impedía. Entonces, volteó la cabeza del otro lado, contrario al parque, y se encontró allí, muy cerca del suyo, separado solo por unos cuantos centímetros de pavimento mugroso, con otro rostro.
El de Cade.
Io pestañeó rápido, aturdido. El cabello se le agolpaba en torno a las facciones arañadas y sucias. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos en el afán de una mueca a medio dibujar. Io no supo decir si respiraba, pero comprendió qué era lo que a él se lo impedía. La mitad del cuerpo de Cade reposaba inerte encima del suyo. Uno de sus brazos se hallaba todavía envuelto a su alrededor, impidiéndole a él moverlos.
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Bajo los Sauces
Ficção AdolescenteA la sombra de los sauces florece una inusual amistad. Tras conocerse en circunstancias inusuales, Cade, un muchacho solitario, emprende una odisea personal para rescatar al temperamental Io del triste mundo de su padre alcohólico y su problemático...