Aquamarine Hoshino está decidido a acabar con su padre, sin importar qué. La venganza y la oscuridad nubla su juicio y lo lleva a estar dispuesto a ser consumido, pero, ¿Esto podría cambiar si la persona correcta le confiesa el peso que tiene la vid...
Finalmente, llegamos a la estación de Kamakura, Kanagawa.
Arima se levantó de su asiento apenas el tren se detuvo. Me levanté también, tomé nuestros equipajes y salimos. Mi primera impresión fue de admiración: el lugar es hermoso, tradicional y majestuoso. Miré con algo de asombro hasta notar que Arima estaba dirigiendo su mirada con curiosidad hacia mí.
—¿Por qué tanta sorpresa? —preguntó — No es la gran cosa... vamos, estamos a una hora de mi pueblo.
Hizo un gesto con la mano para que empezara a caminar tras ella y nos dirigimos a nuestra siguiente parada: Algún lugar donde pedir un taxi.
Kana tomó asiento en un banco; yo me quedé de pie viendo la encrucijada de la calle. El tráfico no estaba activo, después de todo, todavía no eran ni las 8 de la mañana. Discretamente, miré a Arima. Parece nerviosa: levanta con cadencia alta los talones de sus pies, como si estuviese repiqueteando; su mirada está dirigida al suelo y su brazo dominante aprieta el bíceps contrario. Me acerqué a ella.
—No estás sola con esto —le aclaré, citando las palabras que hace días me había dicho a mí.
Ella rió, con tono algo burlesco.
—Te agradezco que me acompañes —declaró —... pero solo yo puedo afrontar esto.
—Tienes razón —le contesté —, y antes, durante y después de afrontarlo estaré para ti.
Levantó la mirada hacia mí. Me miró en silencio, como si estuviese atravesándome con la vista.
Escuché un vehículo aproximarse y volteé. Era un taxi.
—Ah... será mejor que lo tomemos —acató Arima, rompiendo con el silencio.
Sin decir nada, tomé una vez más los equipajes, detuve el taxi con el pulgar y cuando frenó le abrí la puerta a Arima. Al entrar ambos, dejé que ella indicase el pueblo al que íbamos y pagué el costo.
—Estaremos ahí en 20 minutos —dijo el taxista.
Le dijimos que estábamos de acuerdo y mantuvimos el asiento de en medio como distancia.
No tengo ni la más remota idea de qué decir.
—Y... ¿Cómo va la producción de la película? —me cuestionó repentinamente. Pude suponer que era una pregunta para sacar un tema de conversación.
—El director está cansado —le comenté —. El equipo de Kaburagi no va mejor.
—Sí, me imagino...
Y de nuevo, la conversación había fallecido.
Corrieron los minutos y llegamos al pueblo de Arima: Hayama. Bajamos del taxi, que arrancó de regreso apenas cerré la puerta. Vi a Arima, quieta como estatua, viendo fijamente los alrededores.
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Cuando caminé hacia ella, noté que se veía preocupada, casi asustada. Todo esto era aquello que llevaba años tratando de evitar; la realidad que no quería afrontar.
La tomé de la mano, viendo como salía de su trance.
—¿Akkun? —soltó suavemente, mirándome a los ojos en el proceso.
—No tienes que forzarte —le dije —, toma el tiempo que necesites.
Guardó silencio por unos segundos, hasta corresponder mi agarre y regalarme la sonrisa más preciosa que he visto.
—Está bien. Vamos.
Empezamos a caminar por las calles. No era un lugar fuera de lo común; posiblemente era mejor que el pueblo en Saitama donde nacimos Ruby y yo.
Las personas que transitaban empezaron a vernos con frecuencia. Creí que nos reconocerían y nos rodearían, pero para mi sorpresa, los pocos que se acercaban era para saludar a Arima.
—Eres famosa, ¿no? —pregunté con algo de sorpresa.
—Empecé a actuar en algunos teatros o proyectos pequeños de aquí —me respondió, sonriendo —. Varios son caras conocidas.
Bueno, es algo que tiene sentido. El legado de Arima Kana como actriz infantil genio se debió quedar más concentrado en este pueblo.
Seguí caminando, y no me di cuenta de que la había dejado atrás hasta sentir que haló mi mano con fuerza. Voltee a verla, y estaba viendo una casa del vecindario.