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Año 1363,Cuarto mes del calendario Ahnssico

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Año 1363,
Cuarto mes del calendario Ahnssico.
Alrededores del Lago Hurem, Provincia Handen del Ducado de Haol.


Hundo los dientes en el pan, hambrienta. Cierro los ojos para degustar la suave textura del alimento que adquirimos en el pueblo contiguo, reconociendo que fue una sabia elección del duque el que insistiéramos en que nos vendieran una pieza por cada cabeza. Todavía está tibio, es probable que haya sido preparado esta misma tarde.

Revuelvo la sopa de venado, observando su vapor siendo arrastrado por el viento, y soplo el contenido en la cuchara. Está ardiendo, debo ser cuidadosa para no quemarme. Tras varios segundos, le doy el primer sorbo y lo acompaño con otro pedazo del pequeño pan.

Es deliciosa.

Una exquisita cena es lo que necesitaba para calmar los gruñidos de mi estómago. Una vez más, me dedico a disfrutar el sabroso platillo de mi doncella. Las manos de Saklan son habilidosas, quizá posee un talento innato para hacer cualquier cosa que se proponga.

—¿Hay alguna actividad en la que seas mala, Nisrine?

La estoica joven, que yace al otro lado de la fogata, me mira. No solo su imperturbable semblante me recuerda al duque, sino la palidez de su piel y el color de su cabello. Cualquier persona, incluyéndome, podría pensar que son familiares directos.

—Pintar.

—¿Pintar? —dudo. Por la delicadeza con la que lleva a cabo cada una de sus actividades, me habría arriesgado a asegurar que el arte sería su especialidad—. ¿Lo has intentado antes?

—Tuve el honor de haber sido elegida para pintar un retrato del duque.

Aparto la vista para darle otra mordida al panecillo redondo. Mastico con lentitud, pensando en aquellas palabras que me resultan un poco contradictorias. Si fuera pésima para plasmar la imagen de ese hombre en un lienzo, no habría sido elegida en primer lugar, sino que habrían buscado a otra persona.

—¿Entonces por qué dices que eres mala pintando? —pregunto, echándome a la boca lo que queda del bollo.

—Quemaron el cuadro en cuanto lo terminé.

Toso al sentir que el pedazo se me atora en la garganta. Abandono el tazón sobre el tronco en el que estoy sentada, un poco aturdida, y me brindo unos golpes el pecho en espera de que baje la comida que se quedó estancada.

Para ser honesta, no esperaba que me compartiera un trágico desenlace como ese. Tanta fue mi sorpresa, que terminé por pasarme la comida sin triturarla por completo.

—Permítame ayudarle, dama Dhal. Quédese conmigo.

La voz de Nisrine se escucha detrás de mí en conjunto con mi inextinguible tos. Quiero creer que, como estuve concentrada en deshacerme del esponjoso alimento que me obstruía la respiración, no me percaté del momento exacto en el que vino a mi auxilio.

El Jardín de Rosas | Park SunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora