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027 | Promesas rotas
Desde que su viejo se había ido a laburar y su vieja salió a hacer unas compras, Lukas se había quedado completamente solo. Solo, como se había sentido en los últimos días. Habían pasado ya algunos desde aquella pelea con Walker, desde que lo había bloqueado de todos lados, archivado su contacto y cerrado cualquier puerta que quedara abierta.
Y sin embargo, ahí estaba, tirado en el sillón con la mirada perdida en el techo cómo si quedarse quieto lo ayudara a dejar de pensar en él. Como si bloquearlo significara poder sacarlo de su corazón.
Soltó un suspiro largo, hundiéndose más contra el respaldo. Quería convencerse de que había hecho lo correcto, de que alejarse era lo mejor, pero algo en el pecho le seguía pesando como un ancla.
Se pasó una mano por la cara, sintiendo los ojos cansados. No pegaba un ojo bien hace días. La pelea lo había dejado hecho mierda, pero el insomnio se encargaba de cagarle la existencia cada vez que intentaba dormir.
No importaba cuánto intentara distraerse, cada vez que se quedaba a solas, él volvía a aparecer en su cabeza.
Frunció el ceño, fastidiado con su propio cerebro. Se levantó del sillón de golpe y fue directo a la cocina. Necesitaba hacer algo, lo que sea, con tal de dejar de pensar. Preparó los mates casi de manera automática, el agua caliente burbujeó y la yerba se asentó con el mismo ritmo que sus pensamientos desordenados. Tomó el termo y la bombilla, sirvió el primero y, con la taza aún humeante en sus manos, se sentó nuevamente en la mesa de la cocina.
Estaba a punto de dar el primer sorbo, cuando un timbrazo interrumpió el silencio que reinaba en la casa. Frunció el ceño, sorprendido. En toda la semana no había tenido visitas y, sinceramente, no tenía ganas de ver a nadie. Dejó el mate en la mesa y fue hacia la puerta, con pasos algo pesados.
Al abrirla, frunció ligeramente el entrecejo y relamió sus labios con seriedad, algo inseguro y desconfiado por la figura de su ex pareja, Ariana Greenblatt. Se quedó callado con los ojos clavados en ella, sin saber bien qué decir. El aire entre ellos se cargó de una tensión incómoda, tan densa que parecía difícil de respirar. Las palabras que normalmente brotarían con facilidad, ahora estaban atrapadas en su garganta.
—Yo… —comenzó la pelinegro, abriendo la bolsa blanca que tenía colgada en su brazo, sacando dos paquetes de Don Satur agridulce—. Traje tus galletas favoritas, y… —también sacó un videojuego de Mortal Kombat 11—. Tú videojuego favorito —luego de unos cortos segundos, agregó—: Y necesito hablar contigo.