XIX

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La vida era una perra.

Sí, le había cumplido a Kay su deseo en Navidad. Juntar a sus personas más importantes y compartir un momento.

Para Kay no había sido un brindis más.
Ella había grabado ese momento en su memoria con lujo de detalles. Cada sonrisa y hasta el ruido de las copas chocando.

Los días buenos terminaron en Navidad.

El veintiséis de diciembre Kay despertó mareada, y horas más tarde su estómago se puso en contra de ella.
Los vómitos empezaron.

Alimento que digería, alimento que salía por el mismo lugar por el que había entrado.

Ese día, Lazz conoció a Kay en su peor momento.
Él hubiera preferido que su peor faceta hubiera sido con un comportamiento malo... siendo amargada o insultando a todo el que se le cruzara. Pero no era así. Y eso le dolió.
Verla sin esa luz a la que estaba acostumbrado, sonriendo débilmente en el auto con los ojos cerrados intentando... reunir fuerzas para regalarle aunque sea una mínima sonrisa a su chico.

Ella conocía la mirada de Lazz.
Era la misma que tenía su familia antes de que ella emprendiera su viaje lejos de ellos.
Esa mirada fue la razón de su viaje.
Kay no quería soportar ser la causa de esa mirada en nadie.

Ella había preferido alejarse, comportarse como una caprichosa y contarle de sus días aventureros a su hermano por Facetime, y escuchar sus sermones.
Ella amaba ser un dolor en el trasero para su familia a distancia.
Ella amaba que supieran de sus desiciones inmaduras.
Era como una mosca ruidosa y molesta en las orejas de su familia. Haciendo ese sonido insoportable sin descanso, provocándolos...

Y en el fondo, su familia lo prefirió así cuando comprendió el punto de Kay.
Ellos estaban bien cuando la mosca volaba, no con su silencio.

Kay visitó a su médico, y todos la acompañaron, pero ella fue la única que pasó la sala de espera.

La muchacha volvió con mejor cara a la sala de espera e incluso animó a todos a tomar algo antes de regresar a casa.

Otro momento feliz guardado en su memoria.

Los próximos días incluyeron una dieta casi líquida y bastante ligera.
Y Lazz decidió acompañarla, aunque moría por comer algunas de las cosas que Quincy servía en el desayuno.

Los malestares no se ausentaron, pero Kay se las ingenió para mantenerlos al mínimo siguiendo las recomendaciones de su doctor e invirtiendo todas su fuerzas en mantener una sonrisa en su rostro cada vez que Lazz la observaba.
Con Percy era distinto, ella ni lo intentaba.
Ésto enojó a su hermano, y mucho más cuando descubrió que ella se escondía de Lazz para poder quejarse en algún rincón de la casa.

"No puedes ocultárselo para siempre, Kay. Y entre más tardes, peor será." Había dicho Percy observando cómo ella se recargaba contra la pared y se quejaba.

Ella sólo lo había mirado mal e ignorado segundos después para volver con Lazz.

Los padres de Kay adoptaron la misma postura que su hermano poco después. A lo que Kay argumentó que eran unos hipócritas y que sólo apoyaban a Percy porque ellos también veían a Lazz como un intruso, y se querían deshacer de él.

AISANATUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora