En un mundo donde los omegas casi han desaparecido, Clara es un milagro. O una maldición.
Cuando Bonten la encuentra, la convierten en su posesión más valiosa. Mikey, Sanzu y los demás caen en una obsesión enfermiza, dispuestos a todo para retenerla...
El aire era pesado, cargado con el aroma de Clara, y aunque la fragancia no era tan intensa como podría haber sido en un verdadero celo, seguía siendo suficiente. Suficiente para enloquecerlos.
Ella lo sabía.
Lo vio en los ojos de Mikey. Lo sintió en la risa burlona de Sanzu. Lo percibió en la forma en que Kokonoi pasaba más tiempo del necesario en su habitación, observándola con un interés depredador.
Pero no habían hecho nada.
No la habían tocado.
No aún.
Y eso era lo peor.
Esa espera, ese juego psicológico, la hacía sentir como un ratón atrapado en la garra de un gato. Podían devorarla cuando quisieran, pero preferían jugar con ella, ver cuánto tiempo tardaba en romperse.
Clara se llevó las manos a la cara y respiró hondo.
Tenía que salir de ahí.
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El día en que le permitieron salir por primera vez, pensó que era una trampa.
Y lo era.
Fue Mochizuki quien la encontró en la habitación, sentado en una esquina como si llevara horas allí. No la había escuchado entrar. No la había sentido.
Cuando alzó la mirada, el hombre sonrió con una calma aterradora.
-Vamos a dar un paseo, muñeca.
Clara parpadeó.
-¿Q-qué?
Mochizuki se puso de pie con elegancia y caminó hacia la puerta, abriéndola como si le estuviera ofreciendo una salida real.
-Mikey dijo que podías salir.
Clara sintió un escalofrío.
-¿Por qué...?
Mochizuki ladeó la cabeza, divertido.
-Porque quiere ver qué harás con la oportunidad.
La oportunidad.
Clara se puso de pie con cautela, sintiendo la adrenalina correr por su cuerpo. Sus piernas temblaban, pero avanzó.
Esto era una prueba.
Un experimento.
Pero no podía rechazarlo.
Mochizuki la escoltó hasta el vestíbulo, donde varios de los miembros de Bonten la miraban con interés. Algunos sonrieron. Otros apenas alzaron la vista.
Y entonces vio a Mikey.
Él estaba sentado en un sillón de cuero, con una pierna cruzada sobre la otra y una taza de té en la mano.