En un mundo donde los omegas casi han desaparecido, Clara es un milagro. O una maldición.
Cuando Bonten la encuentra, la convierten en su posesión más valiosa. Mikey, Sanzu y los demás caen en una obsesión enfermiza, dispuestos a todo para retenerla...
El pasillo estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz de las lámparas de pared, creando sombras alargadas que acentuaban la intensidad del momento. Clara sintió cómo el aire se volvía espeso, su corazón latía con fuerza en su pecho mientras la figura de Kakucho se cernía sobre ella.
-No quiero que te vuelvan a mirar así -murmuró, su tono grave, contenido, pero con una furia latente que vibraba en cada palabra.
Clara tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de sus ojos oscuros, de ese abismo que la atrapaba sin remedio. Sabía que responder no cambiaría nada. Kakucho ya había decidido lo que sentía, lo que quería, lo que haría.
Mikey se detuvo a unos pasos de ellos, observando la escena con su habitual calma aterradora. No intervino. No era necesario.
Kakucho se inclinó levemente, acercándose a Clara hasta que su aliento chocó contra su mejilla. Su mano no la tocó, pero su proximidad era un recordatorio de que no necesitaba contacto físico para marcar su dominio.
-Si algún día intentas apartarte de nosotros... -su voz descendió a un susurro, peligroso y profundo-, lo lamentarás.
Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era solo una advertencia. Era una promesa
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EL DIA DE DESPUÉS
El aire matinal estaba cargado de una extraña pesadez.
Clara despertó con la sensación de estar atrapada en una jaula invisible. No recordaba en qué momento se había quedado dormida la noche anterior, solo tenía la vaga memoria del encuentro con Kakucho en aquel pasillo oscuro, su aliento cálido contra su mejilla, y la amenaza velada que le había dejado.
"Si algún día intentas apartarte de nosotros... lo lamentarás."
Esas palabras seguían atormentándola.
Se sentó en la cama, masajeándose las sienes. Sus muñecas tenían marcas rojizas, un recordatorio de cuán fácil era para ellos doblegarla sin siquiera recurrir a la fuerza bruta. Su resistencia era un juego para Bonten, una distracción que disfrutaban hasta que decidían aplastarla por completo.
El amanecer apenas se filtraba por las cortinas, bañando la lujosa habitación con un resplandor tenue. Clara se estremeció al notar que alguien había dejado ropa nueva en el sillón. No había duda de que había sido uno de ellos. Nunca la dejaban sola por completo.
Con un suspiro resignado, se acercó y tomó la blusa blanca y la falda negra. No tenía sentido rebelarse en detalles insignificantes. Su verdadera lucha era encontrar una oportunidad para huir.
Pero no sería hoy.
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El comedor de Bonten era un sitio tan opulento como siniestro. Una enorme mesa de madera oscura dominaba la habitación, rodeada por sillas de cuero negro. Los hombres ya estaban allí cuando Clara entró.