El Reparador de Sueños

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Hacía muchísimo calor el día que conocí a Beppo, el reparador de sueños. Trabajaba en una tiendita roja en medio del mercado totalmente gris de Smitia; que conste que hago énfasis en los colores, ya que era demasiado notable la diferencia. Dicho mercado, el más grande que vi hasta ahora, se levantaba bajo las ruinas del viejísimo castillo gris del que alguna vez habría sido el rey del Reino Rojo, antes de la Guerra de los Cuatro Reinos Dominantes.

El gris gobernaba toda la zona, así como la tristeza y la monotonía; hasta me atrevería a decir que también sus ciudadanos se camuflaban con las piedras, más los adultos que los niños, y los que mantenían su color eran las plantas y los animales, lo cual llamó mi atención, pero no más que aquella tiendita roja.

Al entrar noté que era mucho más espaciosa de lo que aparentaba por fuera, su tamaño se asimilaba al de los salones de fiestas más finos que uno podría imaginar. A lo largo de ésta había mesas llenas de artefactos extraños, cajas y herramientas; en el suelo había una montaña de polvo dorado brillante tan alta como un hombre promedio, pero de tantas cosas que pude encontrar, aún no encontraba al dueño, y me dispuse a salir pensando en que quizás hubiera salido. Pero justo antes de siquiera poder hacer un paso, la montaña de polvo se disolvió y de allí salió un hombre anciano sonriente, con algunas piedras de colores reemplazando algunos de sus dientes.

-¿Se le ofrece algo, señorita? -  me dijo muy cortésmente.

- Pensé que la tienda era más bien pequeña - logré decir, aún boquiabierta-  ¿De qué trata su negocio? - Había tantas cosas que no terminaba de entender ni formular aunque sea una pista sobre ello.

-Soy el reparador de sueños-  dijo haciendo una reverencia-   El anciano Beppo, a su servicio.

Tengo que admitir que me sorprendió su respuesta. Conocí mucha gente extraña con oficios extraños, pero a éste en particular nunca pude describir como extraño ni normal, sino quizá como "extrañamente atrayente". Al no saber bien qué contestar y viendo que el anciano me miraba expectante, comenté:

- ¿Le va bien en su trabajo?

Beppo suspiró.

- No sabría decirle, señorita-   se sentó en una de las mesas largas y fijó la mirada en sus materiales de trabajo-   ¿ha visto usted lo que es Smitia últimamente? ¡Todos parecen muertos ambulantes! Van de un lado a otro, comprando y vendiendo, siempre apurados, "con cosas más importantes que hacer".

<< Uno va caminando por el mercado y escucha muchas cosas, jovencita. Una vez fui a comprar tomates, y me formé detrás de dos mujeres que hablaban – desconozco concretamente de qué-; una dijo algo como "¡hay que mantener los pies sobre la tierra! Imagine lo que sería si todos anduviesen volando por las nubes, sólo por unos sueños inútiles, ¡Un descontrol, sería, de eso estoy segura! ¡Que me parta un rayo, sino!", y la otra señora le respondió: "para una mejor vida hay que mantenernos atados a la realidad, ahí es donde se vive, no en las fantasías para niños." Mientras tanto, un niño de pocos recursos vendía pasteles, y pasó junto a nosotros ofreciéndonos los pastelitos y pidiendo colaboración, ya que deseaba ser piloto algún día, y era obvio que necesitaba el dinero. Las mujeres lo miraron con muchísimo desprecio, y la cara sonriente y rosada del niño se convirtió en gris y triste, como la de los demás. ¡Fue espantoso, señorita! Uno cuando es viejo cree haberlo visto y escuchado todo, pero al parecer nunca es suficiente. >>

Al parecer, sólo recordarlo le afligía mucho. Yo me senté a su lado y junté mi mano con la suya.

- Desde muy jóvenes los convierten en entes creados únicamente para permanecer discretos, vacíos, amargos y para moldear así o peor a las próximas generaciones. Gente vacía que al hablar sólo salen palabras sin verdadero significado. Se han perdido tantas cosas, jovencita, tantas cosas a raíz de esto, cosas quizá irrecuperables. El valor de la camaradería, el amor verdadero, todo simplemente ¡puf!, al olvido. No dejan ni polvo ni rastro de que estuvieron allí en algún momento.

El anciano Beppo se quedó reflexionando un buen rato, y yo con él, hasta que por fin exclamó:

- ¿Ahora entiende por qué puse esta humilde tiendita? La gente no nace vacía, la vacían otros, como ladrones desmantelando casas, pero en lugar de eso roban almas. No sólo hay ladrones sino rompe sueños, que hacen polvo ilusiones ajenas por odio o envidia, ¡quién sabe!; vivimos en un mundo muy loco y cruel con los soñadores-   tomó un poco de té frio y prosiguió totalmente serio-   ¿Ha notado lo grises y fantasmales que son las personas en este lugar? Míreme a la cara, óigame hablar y verá que no soy como ellos, y lo cierto es que no lo soy, y por eso no viene mucha gente a menos que sean viajeros como usted. -   y dijo algo que me quedó haciendo eco en mi cabeza por mucho tiempo:

En estos tiempos está prohibido soñar, mucho menos pensar diferente a lo común. Aquellos que van contra la corriente son ignorados o pisoteados hasta que desaparecen o se camuflan con los demás, son muy pocos los que tienen la suerte de permanecer ilesos ante la fuerza de la corriente. Hay que ser muy fuerte y determinado, supongo.

- ¿Y usted con qué sueña, señor Beppo?

-Con que no soy el único ni el último soñador de éste lugar. Con que alguien atraviese las telas de la entrada con deseos de ser quien era antes, un ser feliz, con vida, ya que creo muy fielmente que el soñar es sinónimo de estar vivo; también sueño con que los sueños de las próximas generaciones no sean destruidos, sino respetados, cuidados y cultivados, como debería ser. -   se me quedó mirando y preguntó: -   y usted, ¿con qué sueña, señorita?

Sentí que mi corazón se ablandaba de la nada, como si todo lo que venía guardando desde hacía mucho allí adentro hubiera encontrado una manera de escapar.

- Sueño con siempre viajar, con conocer el mundo que me rodea y sus misterios, y nunca dejar de ser libre.

- ¿Acaso no fue libre alguna vez?

Me daba un poco de temor y vergüenza hablar de mi pasado. No era algo lindo para recordar, pero prometo contárselos en otra ocasión. Al final, simplemente respondí:

-Viví mucho tiempo encerrada en mi reino natal, un reino ya inexistente; ahora puedo hacer lo que siempre quise.

Beppo asentía complacido; seguramente pensó que, después de todo, no era el único soñador en este mundo. La noche había llegado sin darnos cuenta y el anciano me hospedó hasta la mañana siguiente. Probablemente habré sido la única compañía que habrá tenido en esos tiempos, y desde hacía mucho tiempo.

Esa noche no pude dormir, al contrario de Beppo que roncaba lo bastante fuerte como para despertar al Kraken, pero esa no fue la razón de mi insomnio. Quizás les parezca obvio, pero no podía sacarme de la cabeza las palabras de Beppo, y hasta el día de hoy de vez en cuando el tema resurge entre mis pensamientos.

Mucho después de mi partida de Smitia me enteré que el anciano llegó a reparar millones de sueños, y aún lo hace, y que está bien, mejor que nunca, cumpliendo su sueño.

Quizás, soñar no es tan malo después de todo.

La Coleccionista de Historias©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora