Síbil

25 5 0
                                    

Noche uno

Pasadas la media noche sentí un ruido. Aún algo adormilada me levante e intenté encender la luz, pero ésta no prendió.

¿Habrán cortado la luz?, pensé.

Cogí una mini linterna y me dispuse a encontrar la fuente de aquél sonido que se parecía a un susurro.

Un susurro en medio de la noche. Genial, simplemente genial.

Busqué por todos lados pero no encontré absolutamente nada, ni a nadie. Cuando creía que el sonido había cesado, o que quizá sólo era parte de mi imaginación, sentí una presencia. Cabe aclarar, antes que nada, que vivo sola con mi gato Mitch, a quien en ese momento tampoco podía encontrar.

Un poco asustada caminé devuelta hasta mi habitación, para esconderme en mi cama que era mi "refugio contra monstruos"; en pleno camino encontré a Mitch, quien miraba fijamente al espejo grande del baño con los pelos erizados. En ese momento volvió la luz, y pude ver qué observaba mi gato: una sombra negra le devolvía la mirada.

- Síbil- decía la sombra- ven a mí, Síbil.

La sombra me está llamando, ¿cómo sabe mi nombre?

Estaba paralizada. La sombra, mientras más la observaba más tomaba forma humana. Ya podía distinguir sus ojos y su sonrisa burlona mientras tomaba la forma de un hombre joven con rasgos asiáticos, más específicamente a un actor japonés, Hiro Mizushima, el cual me gustaba bastante.

- Ven, Síbil, ven- repetía una y otra vez.

No hacía más que llamarme; no se movía siquiera, sólo me observaba e iba tomando diferentes formas, generalmente gente que yo conocía o artistas de mi agrado. Agarré a Mitch y corrí a escondernos en el armario con un rosario en la otra mano; a la mañana siguiente desperté con mi gato durmiendo enrollado en mis piernas, ya tranquilo, y con mi piel llena de manchas negras.

Noche dos

Durante el día todo parecía normal; la gente a mi alrededor seguía con sus tareas de siempre, y al parecer, según mis vecinos, sólo en mi departamento habían cortado la luz.

Llegué a pensar que quizá sólo estaba perdiendo la cabeza, mucho trabajo y estrés estaban afectando mi psiquis, o tal vez sólo fue parte de un sueño lúcido; pero la noche siguiente me hizo cambiar de opinión.

Cerca de las 3 a.m. abrí los ojos. Me sentía incómoda en mi cama, como si estuviese demasiado apretada en medio de tantas colchas de invierno, y cuando traté de reacomodarme no pude moverme. Estaba acostada boca arriba sin poder mover ni un músculo; sentía como si alguien me sostuviera con fuerza contra el colchón, y, en efecto, era la sombra, esa maldita sombra otra vez. Esta vez mantenía su forma original, camuflándose perfectamente en la oscuridad; no podía verla, pero podía oírla riéndose histéricamente, haciendo temblar todo a mí alrededor mientras apretaba con más y más fuerza.

Estaba encima de mí, mirándome con esa sonrisa burlona otra vez. Peleaba por liberarme pero era inútil, mi fuerza no se podía comparar con la suya, tan abismal y potente. Cada minuto que pasaba era peor y más desesperante; lo último que recuerdo de esa noche es que simplemente cerré los ojos, los mantuve cerrados hasta que todo cesó de repente cuando ya era de día. Al levantarme noté que las manchas negras cada vez se apoderaban más de mi cuerpo, haciéndome desesperar aún más.

Noche tres, ¿el final?

Ese mismo día consulté a cualquier cantidad de médicos, curanderos, sacerdotes y exorcistas, ¡de todo!, pero nadie supo darme una respuesta que me convenciera.

La Coleccionista de Historias©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora