Madre Elefante

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EN una de mis paradas en un pueblito, cerca de una reserva natural, se hablaba sobre un hombre que podía comunicarse con los elefantes, tan bien como si fuese uno de ellos.

No fue difícil encontrarlo: vivía en una casita no tan lejos del final del pueblito, en la cual nunca faltaba alguna presencia cuadrúpeda dando vueltas. Cuando entré y me presenté, el hombre me observó maravillado.

-Ningún animal es tan exótico como usted, señorita. ¿Acaso ese cabello verde es natural?

-Sí, lo es, aunque sea difícil de creer- reí yo. No era la primera vez que escuchaba eso.

Luego de hablar sobre mis viajes y aventuras, proseguí a preguntar sobre la suya, la cual al parecer era muy conocida en el pueblo.

- Muchos te dirán que no es cierta,- comenzó diciendo luego de tomar un sorbo de agua fresca, era un día muy caluroso. -por lo extraña o increíble, como quieras llamarle, pero lo es. ¿Segura que la quiere escuchar? -y cuando vio que asentía, muy decidida, se aclaró la garganta y empezó:

<< Mis padres y yo vivíamos cerca de la selva, aunque no sabría decirte con exactitud en qué dirección. La "aventura" comienza cuando un día, tan caluroso como éste, mi padre había salido a cazar mientras mi madre y yo cocinábamos verduras, pero éste nunca volvió. Ella decidió ir a buscarlo, pero el tiempo pasó y ella tampoco regresó. Así, con sólo cuatro años, me quedé en la puerta de la casita por si volvían, además de que tenía prohibido entrar a la selva sin su compañía y yo, como niño bueno, obedecía. Esa noche me quedé despierto contando estrellas hasta que el sol volvió a salir, dejándome en claro que mis padres no volverían.

<< Me armé de coraje y, en pleno sol ardiente, busqué por el corazón de la selva, llamándolos una y otra vez, sin recibir respuesta alguna, pero sí logré percibir algo. Sentía que me observaban, aunque no lograra ver ojos en ningún lado; buscando con la mirada entre los pastos altos me encontré los ojos de leopardo que me devolvía la mirada, siendo la suya más intensa e intimidante. Tenía con la cabeza alta y atenta; yo pensé que se preparaba para atacarme pero forzando la vista pude ver que en realidad estaba comiendo la carne de unas víctimas (supe que no era sólo uno por la cantidad de sangre en su hocico) y allí fue cuando caí en cuenta, con horror y miedo, que esas víctimas no eran sino mis padres. Cuando el pensamiento inundó mi mentecita empecé a correr en cualquier dirección, siendo en realidad no muy lejos de donde la fiera se encontraba (era tan pequeño que ni siquiera había calculado que el leopardo podía alcanzarme en un instante, quizás menos al haber corrido tan cerca suyo) pudiendo confirmar mi temor al ver pedazos de tela alrededor de la zona, la tela que ellos habían usado esa mañana. Todo salió bien, quizá con ayuda divina; el leopardo no se molestó en perseguirme, estaba muy ocupado devorando a mis padres, y pude escapar rápidamente.

<< Los días pasaban mientras caminaba totalmente desorientado por la feroz selva, sin haber hecho un bocado de comida ni agua. Seguramente hubiese muerto si "Ella" no me hubiese encontrado. Estaba acostado en la tierra caliente, casi desmayado del hambre, cuando sentí que mi cabello se humedecía con algo; al despertar me encontré con una trompa encima de mío echándome agua fría. Me incorporé, sosteniéndome de uno de sus colmillos y la observé más detenidamente: por su tamaño concluí que era una hembra adulto joven (mi padre me había enseñado a diferenciar los sexos y edad por pequeños detalles), tenía una enorme cabeza con ojos pequeños y nobles, su vientre era lo más grande que había visto, tenía patas firmes y un par de orejas livianas que se abanicaban de vez en cuando. Un animal hermoso y sano, pensé.

<< Al ver que estaba vivo me rodeó con su trompa y me depositó en su lomo con mucha facilidad, emprendiendo viaje hacia donde el resto de los suyos se encontraban descansando o tomando agua cerca de un río no muy lejos de donde estábamos. Al principio tenía miedo de acabar aplastado entre ellos, que no me aceptasen y me mataran o aislaran, pero sucedió todo lo contrario. Cuando llegamos fue directo al río, donde me bajó y me empezó a bañar con agua fresca, junto con otras elefantas que bañaban a sus bebés (que también eran más grandes de lo que esperaba), todo me parecía tan irreal y fantástico a la vez, nunca había estado tan cerca de un animal salvaje antes. Esa misma noche, recuerdo que le conté, entre llantos; a Yemiki (así bauticé a la gran elefanta) lo que había ocurrido antes de su aparición mientras ella, ya echada, me acurrucaba contra sí delicadamente. Era como si supiese que no era como ella pero aún así me veía como parte de su familia. Mucho tiempo después, cuando volví a la civilización, unos cuidadores de la reserva dijeron que Yemiki había perdido a su cría, quizá antes de encontrarme, huyendo de un depredador, y que tal vez por esa razón ella me había "adoptado" (parece suceder no sólo con elefantes, sino con muchos otros animales).

<< Viví entre ellos hasta entrar en mis veintes; comí y bebí lo que ellos, y me bañé en la misma agua; también logré aprender a imitar sus sonidos, perdiendo la poca capacidad de mi lengua natal, pudiendo así avisar si veía algún peligro cerca; y mis sentidos se refinaron. Así permanecí acompañado sólo de elefantes, quizá de vez en cuando también con cebras o búfalos, pero sin tener contacto con otro ser humano hasta que encontré este pueblito cuando tenía unos veinticinco – treinta años. Cuando los cuidadores me vieron, no sabían realmente qué era: tenía características humanas pero al mismo tiempo no parecía serlo. Me educaron y formaron como un hombre debía ser, sin tener que separarme de mi manada.

<< Con el tiempo fui conociendo sobre la situación de los animales salvajes: algunos en peligro de extinción u otros directamente al borde de desaparecer por completo, y decidí hacer algo al respecto. Quería salvar cuantas especies fuese posible, hasta aquella tan feroz a la que enfrenté cuando era niño también merecía correr libremente sobre la Tierra. Tuve que ausentarme unos años para estudiar en la civilización, lo cual me costó ya que no estaba acostumbrado, y así poder hacer mi parte para un mundo mejor, pero siempre me mantenía al tanto de lo que ocurría en mi familia: supe de todas sus muertes, enfermedades, curas y nacimientos.

<< Uno oye hablar a la gente sobre los elefantes y sobre su gran memoria, y cuando volví de mi viaje de estudios lo comprobé. Me paré a una cierta distancia de donde ellos estaban y los llamé, imitando su sonido con aquella habilidad que nunca había perdido, y al escucharme corrieron hacia mí y me recibieron alegres, alzándome con sus trompas y moviendo sus orejas y olas. Yemiki, ya una elefanta vieja, me miró con esos ojos nobles, como si estuviese analizándome, y me rodeó con su trompa atrayéndome hacia sí, como siempre lo hizo desde nuestro primer encuentro.

<< Los animales siempre fueron mi especialidad (nunca lo fueron los humanos) y siempre lo serán. Cuando la gente de afuera preguntaba sobre mis orígenes les cuento una historia no tan diferente a la original pero sí más "aceptada socialmente": mis padres murieron cuando era niño en un intento de asalto al tratar de protegerme, y tiempo después una enorme y cálida familia me adoptó, siempre haciéndome sentir parte de ellos, como si realmente estuviésemos ligados por sangre; y a la que le estaba eternamente agradecido era a mi madre, que era a mi parecer tan enorme como un roble, con un gran corazón, una larga nariz, grandes orejas y pequeños ojos nobles. Así quedaban conformes y continuaban sus vidas. >>

-Pero ahora yo le pregunto¾ me dijo serio- ¿qué historia cree? ¿La del joven criado por elefantes, o del cuidador huérfano con problemas de socializar por un trauma de la infancia?

-Su historia es realmente extraordinaria, y eso que he escuchado muchas- respondí, maravillada¾ La de Yemiki, por supuesto.

El hombre parecía satisfecho. Quizá era la única "de afuera" que le creía.

- ¿Dónde están Yemiki y los demás ahora?

Él se levantó y me hizo señas de que lo siguiera. Nos dirigimos hacia la parte trasera de la casita, que daba a una corriente de agua donde un montón de elefantes gigantes se amontonaban para tomar agua o bañarse. El hombre emitió un sonido parecido al rugido de un elefante y todos se giraron a mirarnos, y entre ellos uno se acercó lenta y pesadamente.

- Te presento a mi madre¾ murmuró.

La vieja Yemiki me olfateó con su larga y húmeda trompa, y me miró, como si me analizara, con sus ojos pequeños y nobles. Su tacto era cálido, y me hacía cosquillas; estaba realmente encantada de verla en vivo y en directo, al margen de que nunca había visto un animal tan inmenso como ella, como ellos. Luego de un rato de inspección, Yemiki retrocedió e hizo un movimiento con su trompa.

- Parece que le caíste bien¾ me tradujo el hombre. - Puede acariciarla si quiere. - Y eso hice. Fue un momento inolvidable, una mezcla de emociones se apoderó de mí ese día.

Si alguien les contara una historia como ésta, quizá no la creerían, a menos que pudiesen ver a la protagonista en carne y hueso, como yo, quien tenía la mirada más noble que jamás se podrían imaginar.

La Coleccionista de Historias©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora