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Richard.
22 años.
Hombre.

Todos lo vieron alguna vez,

ningún paciente sabía cual era su caso.

Nadie lo conocía en realidad,

ni siquiera su persona.

Porque se consumía en su piel,

no hablaba con nadie más que él.

Lo dejaron tan solo,

que su mente se convirtió en su nuevo mundo.

Corría por paredes grises,

las siluetas le agarraban los pies,

tenía miles de cosas por contar,

se arrepentía al reflexionar.

No dejaba que nadie se le acercara,

era difícil de encontrar.

Siempre recordaba la cara,

de la chica que alguna vez hubo de amar.

Pero ella lo encontraba raro,

igual que los demás.


"Ridículo"

Pisoteó su alma sin piedad.

Sus pensamientos eran tan profundos,

que por siempre le fue a afectar.

Una vida tan corta,

una felicidad tan débil,

su mente le hablaba a voces,

los susurros lo dejaban estéril.

Miraba el cielo con cautela,

mientras su cabeza repetía escenas traumáticas de lo último normal que pudo conocer.

Rascaba su cuello,

rasgaba su cabello sin comprender,

¿Por qué el miedo desconocido lo habría de roer?

Las paredes blancas eran demasiado para él,

se sentía un alejado de la sociedad,

en este psiquiátrico no era difícil sentirse peor que los demás.

"No eres suficiente"

Sabía que muchos más pensaban igual.

De sí mismos y de él.

Las madrugadas palidecían cuando él no podía ver llover.

Siempre quiso ver sus ojos lagrimear,

pero cuando se golpeaba no sentía peor coraje que el llorar.

"Ridículo"

El recuerdo de esa voz se deformaba,

la palabra se saturaba,

en su mente siempre destruía,

y del suelo siempre huía.

Caminaba y ellas susurraban,

tirando en su cara que no podía estar peor,

llegar al punto del encierro,

con tanta gente que no era normal.

Pero sus ojos veían otro tipo de belleza en sus caras,

ellos eran exiliados de la sociedad.

Que sus mentes adornaban el lugar,

irradiaban tensión y libertad.

Pero su mundo lo volvía a encerrar,

se aprisionaba en sus manos cuando era imposible pensar.

"Ridículo"

Le susurró su papá,

cuando un hombre le fue a gustar.

"Ridículo"

Le gritó su mamá,

cuando vio sus brazos sangrar.

"Ridículo"

En las noches podía vociferar,

ridículo se sentía,

así siempre se iría a recordar.

Al psicólogo no le decía una palabra.

Al psiquiatra le repetía su palabra existencial.

Desde que llegó a ese lugar,

cerró con candado el portón que jamás abrió hacia las personas.

Nadie sabía qué pasaba por su cabeza.

El infierno siempre era su opción.

Porque en el cielo te hacen hablar,

y eran tantas palabras las que nunca enmudecían dentro del cerebro,

que al abrir la boca se bloqueaba de la realidad.

La esquizofrenia era su panorama diario.

No quería a nadie,

esperaba la tarde de noviembre guardar,

y sangrar solo en el baño.

Ridículo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora