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Quent.
30 años.
Hombre.

Vio a Richard en el pabellón.

Pero sus ojos se desviaron hacia su enemigo,

sobre la mesa su frasco.

Las dosis de depakene no eran suficientes contra su conciencia.

Su autoestima bajaba cuando se miraba al espejo,

con agonía observaba su entorno,

entonces comprendía que su euforia podía mejorar sus ojeras.

¿Qué hago aquí si ya es de día?

Preguntaba su mente mientras saltaba sobre la cama con felicidad,

Luego se detenía sobre las blancas sábanas,

bajaba su cuerpo,

miraba sus pies desnudos.

Permanecía con la mirada gacha una hora.

Luego la felicidad entusiasmaba su alma una vez más.

¡Mañana cantaré una oda!

Gritaba entre el estrecho espacio de su puerta.

Pero cuando el sol bajaba

y la luna lo miraba,

entre sus piernas se acurrucaba.

En el frío suelo se preguntaba

con un aire lúgubre entumecedor.

¿Qué hago aquí si ya es de día?

El psicólogo intentaba buscarle una respuesta,

como buena labor de confidente,

pero la verdad latente,

era que su bipolaridad

no tenía intensiones de bajar.

Ridículo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora