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Fernando.
27 años.
Hombre.

Vio a Richard en su silla llorar,

pero lo olvidó porque era Pablo.

Y ahora era Juan.

Por las noches era un hombre vicioso enfermo,

por los días un capitán de felicidad.

Desde pequeño le gustaba jugar,

a llorar por las albas

y por las tardes cantar.

Un día tenía una gran casa dorada,

pero su miedo la destruía,

la misma pregunta afloraba,

¿Quién realmente soy?

Su imaginación podía controlar,

sus emociones imitar.

Enamoró a su esposa,

por la noche se disfrazó de un hombre con determinación,

la despidió con una nueva personalidad.

Se miraba al espejo,

le encantaba por la noche cambiar.

Podía reconocer la diferencia,

entre sentir y actuar.

Todo el psiquiátrico era su teatro de autoencuentro,

tenía una pequeña bodega,

donde sus emociones usadas habría de tirar.

En su mente se renovaba,

pero los días sólo pasaban.

Un día era un vago inválido de corazón,

por eso le pegaron al burlarse sin moral.

A la noche siguiente era una anciana marchita de esperar,

que pedía a gritos sus hijos encontrar.

Tenía una,

dos identificaciones de civil,

pero lo que realmente lo hacía respirar,

era que su trastorno de personalidad le hacía vivir,

en la mañana sin interioridad

y por las noches se seguía sin descubrir.

Ridículo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora