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Nicolás.
20 años.
Hombre.


La corte lo condenó,

pero frente a su situación no cumplió,

la orden de prisión al psiquiátrico lo llevó.

Saludó a Richard una vez,

pero sólo deseos de matarlo pudo sentir,

en sus nudillos se presentaba el querer,

ese fulgor de matar otra vez.

Decapitaba y amordazaba,

su fría consciencia jamás se quejaba.

Encerrado en aquella jaula,

para experimentos a veces lo usaban.

No tenía remedio ni paz mental.

Cortaba la carne sin piedad,

no se arrepintió de ninguna violación,

de tantas almas que destruyó.

Fue tratado como un perro de pelea en la calle,

era común para él ver llover sangre.

Sus brazos se cubrieron de músculos,

pero sólo creaban más adicción.

Las palabras podían encender su furia,

los gritos alimentaban su egocentrismo.

Su alma estaba marchita,

porque nunca floreció.

Su vida estaba condenada,

en siete meses al sacrificio.

Pues los calmantes ya no hacían efecto,

su mente y sus miedos estaban distorcionados,

el trastorno explosivo intermitente lo tenía al borde de un asfixiante río callado.

Donde los cuerpos eran derramados,

con una acción y eran devorados.

Ridículo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora