Capítulo 9.

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Anthony sobresaltado se sentó encogiéndose de hombros con temor de que la muchacha lo viera.

—¡Eres un torpe!  —se gritó a si mismo mentalmente- No puedes hacer ni una derecha sin meter la pata..

—¿Y si te ve estúpido?  —seguía reprochándose.

—¿Porqué no das la cara? Acércate a ella puede ser que jamás la veas mas.. —resopló.

Después de meditar dos segundos optó por huir y mantenerse entre la sombras. Si hiciese falta vendría cada día y a cada hora, tan fácilmente no iba a renunciar a la chica que siempre había soñado. Aunque por el momento, el fuese un fantasma.

Violeta mantuvo la mirada fija hacía aquel árbol que había causado hacía un par de segundos un gran estruendo. Acomodó sus cosas en un rincón y con un poco de miedo se acercó a dicho lugar y lo único que alcanzó ver fue una sombra que a simple vista parecía tenebrosa. Anthony en ese preciso momento huía temblando escondiéndose entre los árboles.

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Minerva torpemente buscó la segunda puerta a la derecha. Iba tan concentrada que cuando se percató había chocado con un joven moreno de ojos marrones.

—¿Está bien señorita?  —preguntó el muchacho.

La joven se sonrojó inmediatamente y no se atrevía a mirarlo a la cara.

—Si, si discúlpeme ando distraída. Lo siento —contestó tímida.

 —Discúlpeme usted a mí. Yo también andaba en las mismas.

El joven sonrió y ella cortésmente le devolvió la sonrisa.

—¿Es usted Esteban?  —preguntó ella con miedo de meter de nuevo la pata.

El chico le señaló la puerta de la oficina y la acompañó amablemente.

 —Aquí es.

 —Muchas gracias de verdad y perdóneme por lo ocurrido anteriormente  —añadió Minerva.

El muchacho sonrió.

—Un placer de conocer a una chica tan linda y un gusto de poderla ayudar.

Minutos después el joven salió del establecimiento y ella se quedó atontada.

—Al final voy a tener suerte, no sabía yo en esta oficina había gente tan amable aunque... como estaré que ni me fijé como es  —se dijo a sí misma en voz bajita.

Minerva miró a la puerta de la oficina y se decidió a tocar como correspondía.

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Esmeralda entró con cuidado para no hacer ruido arrastrando la maleta pero evitar esto fue casi imposible.

La muchacha recorrió perdida todas las dársenas y como no veía ningún chófer ni nada miró de reojo a los dos jóvenes que habían sentados en el banco.

Rubén y Javier se quedaron atontados con el ruido tan desagradable que había causado la maleta dichosa y a Rubén provocó que se le olvidara la colleja que le acababa de dar su amigo.

—Dios podría tener más cuidado  —dijo Javier a su amigo en voz baja.

Rubén hizo un gesto de silencio.

—Shh. A ver si te va a escuchar —respondió.

Javier hizo una mueca.

—Luego si no me soportas porque tengo un espantoso dolor de cabeza no te quejes  —guiñó un ojo a su amigo.

Rubén movió la cabeza de lado a lado y miró a la joven.

—Bueno, no te quejes tanto. El ruido es lo de menos, gracias a una maleta un poco chillona he visto a un ángel.

Javier miró a su amigo sin entender.

—¿Qué dices tío?

Rubén le dio un codazo flojo disimuladamente y le hizo un gesto para que viera a la muchacha. En ese preciso momento Esmeralda indecisa decidió acercarse a ambos amigos para preguntarles, la casualidad fue que las miradas de Javier y la chiquilla se cruzaron y él se quedó prendado sin poder pronunciar palabra.

—Disculpen ¿Sabéis si ha llegado el autobús de Sevilla?

Rubén miró a su amigo y se contuvo la risa.

—No aún no guapa  —respondió dedicándole una sonrisa.

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Arielyn abrió el sobre y se dispuso a analizar todas las pruebas. Escribió un diagnostico en el ordenador y un informe donde ponía el estado del paciente.

La joven doctora se lo leyó varias veces para comprobar que no había errores. De nuevo miró el nombre completo del paciente y se acordó de la caricia que le había regalado a ojos de ángel, porque eso era, un ángel caído del cielo. Jamás había visto un rostro tan perfecto y tan especial. Resopló indignada reprochándose una y otra vez porqué dios era tan injusto con personas tan jóvenes e inocentes y no castigaba a personas malas que hacen daño.

Arielyn recopiló todos los documentos y se dirigió a la recepción.

—¿La familia de Mikel Arango Cazorla?  —pronunció en busca de la respuesta de los familiares.

Los padres del joven se acercaron rápidamente tras escuchar el nombre de su hijo.

—Somos sus padres  —anunció la madre.

—Hay noticias de nuestro hijo, necesitamos saber de él se lo suplicamos   —dijo el marido tristemente.






Un capricho del destino©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora