09 ⸺ sorpresas.

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11 de febrero 2014 Milton Keynes, Reino Unido

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11 de febrero 2014
Milton Keynes, Reino Unido

El turno matutino recién arrancaba y la fábrica todavía estaba medio dormida: apenas un murmullo lejano de extractores funcionando a media máquina, un par de luces de neón que parpadeaban como si se resistieran a encender del todo, y ese olor inconfundible a café instantáneo mezclado con galletitas rancias olvidadas de la noche anterior. A esa hora, el edificio parecía una ciudad fantasma con calefacción central.

En uno de los cubículos acristalados, Mia se acomodó los auriculares con una mano y estiró los dedos sobre el teclado con la otra, mientras soltaba un suspiro largo. Era su momento favorito del día: ese margen de calma absoluta antes de que el resto del equipo comenzara a llenar los pasillos con voces, pasos apurados y discusiones técnicas. Las primeras horas eran sagradas, terreno fértil para pensar sin interrupciones.

Frente a ella tenía tres monitores clásicos, alineados como soldados listos para recibir órdenes. En uno de los bordes, una pegatina gastada que Seb había pegado alguna vez, con su humor característico, decía: "Keep calm and flat‑out". Al lado, un posavasos manchado marcaba la ausencia de una taza que ya no existía, pero que seguía dejando su huella como una cicatriz de cerámica.

El plan era simple y repetitivo, como casi todo en ese mundo: repasar con lupa la telemetría que habían traído de Jerez, bucear entre líneas de datos hasta encontrar esos benditos décimos que se escapaban como arena entre los dedos. El coche estaba mejorando, sí, pero a paso lento. Durante los días de pruebas en Jerez habían logrado identificar varios de los dolores de cabeza del monoplaza, desde temas de refrigeración hasta inconsistencias en el sistema híbrido. Habían sido jornadas largas, de café y reuniones eternas, pero necesarias.

Ahora el desafío era otro: resolver todo eso sin romper nada más en el intento. Porque el RB10 era una bestia sensible, caprichosa. Cada ajuste que lo hacía un poco más rápido podía desatar otro problema en cadena. Era como curar una gripe sin desatar una neumonía.

Durante las últimas reuniones técnicas ya habían trazado una lista clara de prioridades para Bahréin. El objetivo era llegar con un coche que no solo completara tandas largas sin dramas, sino que además empezara a parecerse a una máquina de carreras de verdad. Mia lo sabía bien: no se trataba solo de números, sino de entender cómo reaccionaba el auto cuando lo apretaban. Y para eso, primero, había que escuchar lo que decían los datos. Con paciencia. Con terquedad.

A las siete y algo, el murmullo de fondo empezó a tomar forma humana. Primero una puerta, después pasos más decididos. Alguien dejó un café sobre la mesa de al lado, alguien más soltó una carcajada apagada en el pasillo. La rutina empezaba a rodar como engranaje aceitado.

Fue entonces que se asomó Paul, uno de los ingenieros eléctricos, con una carpeta en la mano y cara de dormido. Pasó por su cubículo rumbo a la sala de reuniones, pero se detuvo apenas medio segundo.

always you ─ kimi räikkönenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora